viernes, 4 de marzo de 2011

Desde Bilbao, “Reinar en España”


El comentario anterior sobre censura de símbolos civiles me ha llevado como de la mano a una reflexión en paralelo, sobre la presencia pública de símbolos religiosos. Digo símbolos ‘civiles’, mejor que ‘políticos’, porque también los religiosos pueden ser políticos. La misma imbricación o mezcolanza de lo profano y lo sacro cabe en unos y en otros, como se dio en el nacional catolicismo hispano.
Si se entiende por ‘bilbainada’ –fuera de lo músico, o de una masa informe de bilbainos– cualquier empresa concebida y realizada por autoridades y fuerzas vivas de Bilbao, con peculiar desmesura y general reconocimiento auto admirativo de la gente como cosa propia, bien se puede decir que el monumento al Sagrado Corazón de Jesús de esta mi villa es una bilbainada de tamaño natural. Cierto que esa pieza se inscribe en una serie de realizaciones similares, a cual más ostentosa y triunfalista. Hay Sagrados Corazones encaramados en las más variadas perchas, donde superar el ‘más difícil’ es dificilísimo. Con todo, el caso bilbaíno no desmerece entre los mejores, por su magnitud, forma, ubicación, y por su historia rocambolesca.
Vaya por delante mi respeto a lo religioso. Si me permito alguna leve ironía o crítica, no es mi intención pasar de la epidermis, y a ser posible ni llegar a ella, quedándome en las excrecencias y perifollos, que es precisamente el universo de las bilbainadas, por lo general. Nada de arañazos ni zarpazos de segundo y tercer grado.

Sagrado Corazón
La devoción al Sagrado Corazón de Jesús partió de lo que podemos llamar ‘lógica Longinos’. Longinos es el nombre convencional tradicional del anónimo soldado que en el Gólgota alanceó el cuerpo muerto de Jesús crucificado, provocando un brote de sangre y linfa (Juan, 19: 33).
El Evangelio no dice que el líquido brotara del corazón, abierto con la llaga póstuma, ni las imágenes antiguas lo reflejan. Por ejemplo, en el claustro de Silos, Cristo invita al incrédulo Tomás a meter el dedo en la llaga levantando el brazo derecho extendido (cfr. Juan, 20: 27). (A propósito: ojalá alguien no lo entienda como saludo fascista, y el peso de la Ley de Memoria Histórica no caiga sobre esta delicia románica del siglo XI.)
Avanzada la Edad Media, empezó a tomarse a la letra el término miseri-cordia, y aquella sangre y agua tuvo que brotar precisamente del corazón, a cuyo efecto era más lógico desplazar la herida al costado izquierdo.
Con todo, y omitiendo antecedentes normales en estas cosas, el culto sistemático al Corazón de Jesús nace en la Francia de Luis XIV, hedonista y sentimental, con una serie de visiones y revelaciones del Señor a una oscura monja salesa. Es corriente en tales casos la mano del padre confesor, reduciendo a corrección teológica los posibles excesos místicos. Esta vez fue el padre jesuita Colombière, que se las vio y deseó, pidiendo ayuda a consocios más preparados.
A la sazón, la Compañía de Jesús estaba a la greña con los ‘herejes’ jansenistas, como éstos lo estaban contra el sistema teológico jesuítico. (Recordar solamente las divertidas cartas ‘Provinciales’ de Pascal satirizando la moral casuística de los padres.) Finalmente la nueva devoción se abrió camino, preconizada como antídoto contra la peste del jansenismo.
La Compañía y el Sagrado Corazón hicieron buena pareja. A los padres les vino bien apropiársela, como otras órdenes tenían el rosario, el escapulario, la porciúncula… Ellos, con su utilitarismo espiritual, sacaron partido sobre todo de la ‘Gran Promesa’ del Corazón de Jesús: la salvación eterna, sólo a cambio de comulgar bien nueve primeros viernes de mes seguidos.
¡Los Nueve Primeros Viernes! La de quebraderos de cabeza que nos daba de jóvenes la bendita ilusión. Que si tragabas pasta de dientes y no podías comulgar, que si perdías la cuenta… Y, lo que más fastidiaba, con todo en regla hasta el sexto y séptimo viernes, olvidar el octavo, ¡o el noveno!, y vuelta a empezar.
De todas formas, una devoción tan barroca a un órgano disecado virtualmente pudo haber sucumbido al cambio de gustos, de no ser por la tenacidad jesuítica y una oportuna relación con el ideario monárquico. Desposeído de su poder temporal, el Papa-Rey se miró como vicario de Cristo-Rey, icónicamente encarnado en el Sagrado Corazón. Sólo que éste no era ya la víscera aislada, sino Jesucristo de cuerpo entero, con el corazón visible en el pecho (más raramente en la mano).
Pío XI instauró la fiesta de Cristo Rey, y en un movimiento de restauración católica frente a un mundo moderno equivocado por los errores que denunció Pío IX en el Syllabus, prosperan las manifestaciones, congresos, peregrinaciones y demás expresiones multitudinarias de fervor. Se puso de moda consagrarlo todo al Corazón de Jesús, desde los hogares y familias hasta el mundo entero, pasando por reinos y ciudades. Todo ello muy ligado a partidos confesionales católicos y mayormente monárquicos.

Monumento polémico
Nuestra Piel de Toro ibérica tiene un centro geográfico convencional, identificado con un cerro en Getafe (Madrid), que los franciscanos tenían dedicado a su Virgen de los Ángeles, patrona del pueblo. Así, cuando llegó a España el turno de ser consagrada al Corazón de Jesús (1919), se eligió ese ‘Cerro de los Ángeles’ para dedicar un monumento, en la tradición de los umbilicus orbis, a modo de espiritual ‘kilómetro cero’.
Bilbao no quiso ser menos. En 1920 se perfilaba el ensanche de la Villa, cuando un desconocido devoto tuvo, literalmente, la ‘corazonada’ de ver un monumento al Sagrado Corazón. Pero no en cualquiera de las elevaciones que rodean al ‘Bocho’, sino en el corazón del propio ensanche. El hombre era socio del Apostolado de la Oración, entidad piadosa controlada por los jesuitas de la Residencia del Sagrado Corazón. Los padres acogen la propuesta. Total, que el Ayuntamiento de Bilbao, en 1922, se encontró con un plan consumado, al que dar el sí o el no.
No voy a repetir la historia de un monumento discutible y discutido desde su origen –entre otras razones, por su connotación política–, aunque sin oposición frontal al fervor popular.
El concurso internacional fue muy concurrido, quedando vencedores los proyectos de la pareja formado por el veterano escultor sevillano Coullaut Valera y el joven arquitecto Muguruza Otaño (1893-1956). Madrileño vasco de pura cepa, Muguruza con el tiempo sería el Director General de Arquitectura bajo el régimen de Franco, y primer artífice del faraónico ‘Valle de los Caídos’.
El Sagrado Corazón bilbaíno (1924-1927) siempre fue provocativo, un trágala, para mucha gente. Para los obreros de la Euskalduna, el Cristo de bronce dorado de 7 m de altura, sobre una peana y fuste que hace 40 m en total, era ‘el Listero del Dique’. La polémica se enconó seis años después, durante la República, con los recursos dialécticos de entonces. El alcalde Ercoreca sacó por margen estrecho un plan de demolición (febrero 1933), recurrido por los católicos ante la Justicia con éxito rapidísimo (mayo del mismo año). Ante la amenaza de derribo, se montaron piquetes de resistencia, y diz que ‘La Gaceta del Norte’ no vaciló en publicar algún fotomontaje, con guardias de asalto cargando sobre una multitud orante.

Todo empezó en Bilbao
Para el nacionalismo sabiniano, un monumento tan jesuítico no debía resultar molesto, salvo por un detalle: bajo los pies de la estatua, una inscripción en grandes letras también de bronce dorado decía: “REINARÉ EN ESPAÑA”. La restauración de 2004-2005 brindó ocasión al Consistorio de Azkuna para quitarla, con polémica sobre el auténtico motivo: por razones técnicas, según versión oficial; por odio a España, según los contrarios.
Un argumento esgrimido por el nacionalismo fue que esa leyenda se puso en 1940, bajo el franquismo, y no era por tanto original. Argumento débil, porque la expresión en sí, muy lejos de ser nueva, piadosamente se atribuye al mismísimo Sagrado Corazón, que la habría pronunciado ya en el siglo XVIII.
Sin entrar en debate sobre si estuvo bien o mal puesta, mal o bien quitada, hay algo que merece recordarse: La frase de marras tuvo en cierto modo su origen aquí mismo, en Bilbao. Más aún, en el mismo lugar donde vino al mundo el primer lendacari José Antonio de Aguirre, junto a la Iglesia de los Santos Juanes, que antes fue convento de los jesuitas.
Si el Sagrado Corazón era francés de origen, y borbónico en cierto modo, al implantarse esta dinastía en España el rey Felipe V la trajo consigo. En 1727 escribe al papa Benedicto XIII –no Pedro de Luna, sino el segundo papa del mismo nombre–, pidiendo para sus reinos misa y oficio de la nueva fiesta.
Por entonces también la misma devoción se nacionaliza, con las nuevas revelaciones a un joven jesuita, Bernardo de Hoyos (1711-1735), colegial de San Ambrosio de Valladolid.
La historia empezó, como digo, en Bilbao, donde el jesuita guipuzcoano Agustín de Cardaveraz era nuevo apóstol de la devoción anti jansenista. Cardaveraz era amigo de Hoyos, y recordando haber visto en aquella biblioteca vallisoletana cierto libro sobre el particular, le pide copia de algunos párrafos para sus sermones.
Hoyos, estudiante teólogo, pone mano a la obra, rebusca en los libros del padre Croisset y otros jesuitas, y he aquí que al conocer la experiencia mística de la monja Alacoque él mismo se conmociona y sufre otra similar. Desde mayo de 1733 tiene revelaciones –no se sabe hasta qué punto teledirigidas desde Bilbao–, siendo la más famosa cuando el Sagrado Corazón / Cristo Rey hace la gran promesa: “Reinaré en España, y con más predilección que en otras partes”.
Si  esta anécdota dice verdad, el Sagrado Corazón no es del todo forastero en la Villa de Don Diego, y tiene todo el derecho a hacerse aquí sus planes. Aunque reinar en España desde Bilbao se le pone difícil. Y aunque a muchos parezca todo esto una solemne bilbainada.



 

2 comentarios:

  1. Muy interesante el artículo, señor Belosticalle. La época en que se construye este monumento es clave para entender lo que vino después. La construcción, según veo, data de la época de Primo de Rivera. El parlamento se disolvió en 1923, pero creo recordar que poco tiempo antes hubo debates muy intensos en los que participó por ejemplo Indalecio Prieto, y en los que hablaba del corazón de Jesús y del hígado de la Virgen, con un léxico anticlerical furibundo hoy completamente impensable. La Iglesia católica estaba entonces en plena ofensiva o defensiva, según, porque el anticlericalismo era muy descarnado. El nacionalismo vasco entonces era Sota, nada que ver con el integrismo de Sabino, pero la alianza con el catolicismo era una de sus grandes bazas para conseguir la adhesión popular frente al peligro revolucionario.

    Lo dicho, un tema clave y un momento clave también.

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  2. Todos sabemos que la muestra indiscutible de que Jesucristo era la criatura más humilde que ha existido es que nació en Belén, habiendo podido nacer en Bilbao. Natural que el Sagrado Corazón elija Bilbao para reinar sobre España con mayor predilección que en otras partes.

    Interesantísimo, don Belosti. Un saludo.

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