domingo, 27 de febrero de 2011

A la Historia por la desmemoria



Ayer salía en los periódicos y hoy lo repite la tele: La Cámara Vasca ha votado que la Ley está para ser cumplida… Miento, no todas. Lo acordado en  sesión memorable el 24 –aprovechando que Febrero rima con Tejero– ha sido instar el cumplimiento de una ley concreta, la de ‘Memoria histórica’ (2007); y no toda ella, sino uno de sus preceptos, quizá el más paradójico en una ley de memoria: la retirada de ciertos recuerdos.

La iniciativa partió de Aralar. Cosa rara, a primera vista, que a un partido independentista  vasco le entre celo por una ley española. Se dirá que se trata de la simbología franquista, pero no vale. El franquismo es de mal recuerdo también para gente no nacionalista. Yo diría incluso que, por más que el nacionalismo se atribuya la palma del anti franquismo, muchos no se la cedemos. Esta urgencia de Aralar se explica mejor con Sortu a la vuelta de la esquina. Hay que espabilarse, que la parroquia a repartir es la misma.
En Aralar, en el nacionalismo vasco en general, militan muchos hijos de carlistas y otras yerbas, que no tuvieron problemas bajo Franco. También legiones de nacionalistas sobrevivieron con relativo acomodo, como procuró hacerlo casi todo el mundo. Refunfuñando, eso sí, y también mordiéndose la lengua un poco, a ver quién no. Y cuando nadie lo esperaba, cuando pocos creían que eso iba a suceder, Franco se nos murió a todos en la cama. A todos, incluso a la ETA de entonces. Así, a fecha de hoy, ciertas valentonadas hacen sonreír recordando el refrán, «a moro muerto… »
Sí, muchos tenemos mal recuerdo del sistema, en especial los que lo aguantamos de principio a fin; desde que la guerra civil se anunció por signos en el cielo (antes del 18 de julio del 36, por supuesto), hasta el 20 de noviembre de 1975, cuando el Caudillo se nos apagó a todos y cada uno en nuestra cama, sin más agresores que su equipo médico y familia. Sin más tiros de sus adversarios que los tapones de champán, y eso pagándonos nosotros. Tal vez por eso, el personaje y su régimen nos repugna tanto o más que a Aralar y compañía. Pero le aborrecemos mejor, más de razón y menos de alharacas.

Un poco de Heráldica…
Como digo, hoy repetían la noticia. Y aunque el día ha estado lluvioso, antes que sea tarde, bajo a Bilbao a tomar unas malas fotos del escudo grande de la Plaza Moyúa.
¿Por qué éste, precisamente? Es uno de los mayores, si no el mayor, una bilbainada. También el más señalado en la lista negra. Pero no es por eso. Es porque tiene para mí un recuerdo muy especial.
En los años 40-42 del siglo pasado, nuestra pandilla de críos incluía a ‘los Andaluces’, Alejandro y Luisito Zobaran, destacados arietes futbolísticos. El patio del Colegio San José estaba justo enfrente de su casa, en Elcano, donde su padre tenía también el estudio de arquitecto.
A veces, los más amigos nos juntábamos allí a merendar algo y oír música de un gramófono de maletín, tumbados en la tarima. Era un local destartalado, como improvisado. De hecho habían venido de Almería, toda la familia, por el proyecto de un edificio colosal. Las trazas de la futura Delegación de Hacienda en Vizcaya se desplegaban sobre un gran tablero de dibujo, y algunas por el santo suelo.
Eran los primeros planos que veía en mi vida, y me impresionaron tanto que casi decido ser arquitecto. Hasta creo recordar que el proyecto tenía bastante más altura, figúrenselo, comiéndose literalmente una plaza que por aquel entonces quedó de las más bonitas de Europa.
No puedo recordar si el escudo en lo más alto del edificio lo dibujó el propio don Antonio, o se lo dieron dibujado. La cosa no daba para muchas alegrías. Aun así, cualquiera advierte que, tal como hoy se ve, no responde a la ortodoxia heráldica de la época. Falta la divisa «UNA GRANDE LIBRE», como también el yugo y las flechas. La primera, en letras de bronce, evidentemente ha sido arrancada; lo otro también, si es que fueron un par de apliques metálicos, eso no lo recuerdo. Tampoco se lee el «Plus Ultra», que a diferencia de lo otro, hoy sigue siendo constitucional.
La parafernalia simbólica franquista no vino de golpe. En cuanto al escudo, la prensa del 38 se prodigó en descripciones divulgativas, que pronto aprendimos, de copiarlas al dictado en la escuela. Fue mi primer baño de Heráldica, la noble ciencia del Blasón, aquel lenguaje técnico lleno de gules y sinoples, oros y platas, ondas de azur…

Pues bien, una de las cosas que más se grabaron en mi infantil memoria histórica fue el énfasis de aquellos textos en que el escudo no era nuevo, sino aproximación al primer escudo de España, el de los Reyes Católicos, con el añadido de las Columnas de Hércules y divisa de Carlos V. Eso sí, el «TANTO MONTA» se sustituyó por el «UNA, GRANDE, LIBRE», que tampoco es ninguna blasfemia.

… Y otro poco más de ignorancia
Por eso sorprende la persistencia de errores comunes acerca de tal escudo. El primero, llamarlo ‘franquista’, como si fuese un engendro del ‘Movimiento’, o Franco hubiese hecho de él un uso personalista. En este sentido, franquista fue el estandarte y guión personal del Caudillo (1940), pero no un escudo nacional historicista.
Con la misma ligereza nuestros talibanes llaman ‘águila imperial’ al Águila de San Juan, que usó Isabel la Católica en recuerdo del día en que fue Princesa de Asturias (27-12-1473). Pues nada, hombres, ‘imperial’. Sin entrar hasta qué punto un ave emblemática es asignable a una especie zoológica concreta (aquí, Aquila heliaca), lo incorrecto heráldicamente es llamarla imperial, como lo fue la bicéfala de Carlos V. En fin, puestos a ver franquismo por todas partes, el yugo y las flechas se les antoja invento de la Falange.
Esta ignorancia supina o de mala fe trae muchos inconvenientes. Un ejemplo: En Bidaurreta (Oñate, Guipúzcoa), las pobres monjas clarisas han llevado fama de españolistas y hasta franquistas –‘seculares’ (esta vez sí)–, porque desde hace 500 años, en la fachada de la Trinidad, el escudo franciscano está flanqueado por una pareja de escudos gemelos con el águila, el yugo y las flechas. Escudos que puso allí el fundador, Juan López de Lazarraga, no tanto en doble alarde de franquismo, como por su condición de Secretario de los Reyes Católicos.
De paso digo lo que siento. Sin ser ni de lejos un isabelino devoto, de esos que piden se haga santa a la Reina Católica, lo que ningún vasco enterado negará es el predicamento que doña Isabel tuvo aquí como Señora de Vizcaya, requerida en la pacificación de bandos y otros problemas graves, y gran aficionada a lo vascongado y a los vascos –los de entonces–, por su lealtad.

He mentado la palabra ‘talibanes’ y no ha sido lapsus. Pienso (si parva licet componere magnis, o salvada la proporción) en los Budas de Bamiyán (2001). Para los mulás afganos eran ídolos paganos, y para mí también. Como el escudo de Moyúa: a los de Aralar les recuerda el franquismo nefasto, a mí también.
La diferencia tiene un nombre: superstición. Para mí el escudo de Moyúa (cuando me fijo en él, o sea casi nunca) es un despertador de memoria histórica, un testimonio de algo que fue y un aviso de algo que nunca más debería ser. En cambio, para mis conciudadanos de Aralar y compañía diríase que es peor que eso, algo terrible, insufrible, como es terrible el coco nunca visto, y es insufrible el dolor nunca sentido en carne propia.
Señores políticos, no seamos supersticiosos y dejen las piedras en paz. Lo que fue y estuvo mal, ya lo hemos cambiado, felizmente. ¿Que la Ley de Memoria sirva para reparar injusticias, atropellos, olvidos? Pues venga. Pero invocarla para conjurar fantasmas es pueril, e imaginar que quitando escudos se enmienda la Historia es de chiflados.

A tiempo estamos

       De todos modos, aún me cabe la esperanza de que ese escudo descomunal de Moyúa me sobreviva. Si, como dicen, el motivo de la moción y acuerdo parlamentario es cumplir la Ley, ésta permite salvar objetos de valor arquitectónico.  
Además, está el precedente de otro escudo monumental, el de Vizcaya. Un buen día, la Diputación decidió que «menos lobos», y quitó el recuerdo de nuestros Señores los López de Haro. ¿Simpleza? Dejémoslo así. Sin embargo, en el Palacio Foral de la Gran Vía el gran escudo esmaltado ahí sigue, a vista de todos. Sus lobos, que se sepa, no han mordido a nadie.
Quisiera terminar con una nota amena; otro recuerdo también humano y no tan lejano en el tiempo. Pues verán, una vez Hacienda, a un buen amigo mío y a sus vecinos de la Villa, les embargó el piso.
Fue (como ocurre siempre con Hacienda) de la manera más tonta. La alcaldesa Pilar Careaga, en uno de sus berrinches con la Virgen de Begoña, le quitó a la Virgen la calle, que por algún tiempo pasó a llamarse Mari Aguirre. Aquel baile de nombres, amén de ofender al cielo, lió al vecindario con Correos y con el fisco, hasta hacerles en Boletín Oficial dicha publicidad gratuita. Finalmente, restaurado el callejero y aplacada la ‘Amachu’, los cuitados, no sin algún quebranto económico (como ocurre siempre con Hacienda), firmaron finiquito en Moyúa, bajo la égida de cierto escudo...
De mi voto, siga como está.

miércoles, 23 de febrero de 2011

Vascuence sin sexo, vascuence sin seso




No, si ya me parecía a mí. Algo en mi anti sexismo visceral chirriaba el otro día, cuando escribí aquello del ‘Vascuence maternizado’. ¡Juntar los conceptos de ‘lengua’ y ‘madre’, qué barbaridad! Ahora sé que «algunos especialistas como el profesor Dolz de la Universidad de Ginebra lo vienen diciendo»: «’lengua materna’ es una denominación sexista».

Debo el aviso a la Dra. Itziar Idiazabal Gorrotxategi, colega de Joaquim Dolz Mestre, a cuento del Día internacional de la lengua materna (El Correo, 25-02).

La cual lo explica así, para que hasta los más torpes lo entendamos:

«En nuestra sociedad y en otras muchas no solo las madres sino también los padres y otros agentes se hacen cargo de la transmisión lingüística. Es también una denominación de marcado carácter biológico.
Los niños, hasta el momento al menos, nacen de madres y es esa naturaleza biológica la que se le atribuye también a la lengua como si fuera una característica anatómica, fruto o consecuencia de la intervención biológica de la madre.»

De cajón. Como «los niños nacen de madres» (hasta la fecha en que esto se escribe), y como lo hacen trayendo una lengüecita en la boca, con la que (entre otras cosas) un día romperán a hablar; de ahí que el vulgo, confundiendo los conceptos ‘lengua-órgano’ y ‘lengua-habla’, se figura que esta última es también algo anatómico, de herencia materna, como la sin hueso. De ahí el abuso de llamarla ‘lengua materna’.
Sexismo puro, porque en muchas sociedadesincluida la nuestra vasca– enseñar la lengua al niño es cosa también del padre y «otros agentes». Denominación esta última que pudorosamente incluye sin nombrarlos a los Gobiernos Autonómicos –el catalán del prof. Dolz, y el vasco de la profesora Idiazabal–, con sus respectivas políticas lingüísticas y lo demás.
Y eso no es todo. Hablar de ‘lengua materna’ es incurrir en biologismo, usando un paradigma inadecuado. (Quédese esto para otro día.)
Resumiendo el preámbulo:

«Denominaciones como primera lengua, lengua familiar, primera lengua de socialización, etcétera, me parecen más ajustadas a la realidad que la de lengua materna. Asimismo, hay que tener en cuenta que tanto en nuestra sociedad como en otras bilingües/multilingües muchos individuos tienen al menos dos lenguas primeras.»

‘Primera lengua’, ‘lengua familiar’… ¿es lo mismo? Y lo de ‘primera lengua de socialización etc.’, pues no sé, parece algo retorcido. Otro eufemismo como el de los ‘agentes’, para esconder algo impronunciable. ¿Qué tal, ‘lengua de ikastola’? ¡Que sí, mujer! Porque a ello vamos, o no voy entendiendo papa.
Eso, ¿a dónde vamos, si se puede saber?

«El objetivo de este artículo no es tanto discutir o proponer alternativas al término ‘lengua materna’, sino reflexionar en torno al concepto que subyace o al uso que se hace del término, fundamentalmente en el ámbito educativo y de la investigación.»

Ahora sí que no, señora mía. Usted acaba de afirmar que ‘lengua materna’ está mal dicho, y sin molestarse en demostrarlo quiera pasar a otra cosa. Pues verá, yo creo que está bien dicho, y que lo puedo demostrar, partiendo del equivalente alemán Muttersprache, que el filólogo Friedrich Kluge suponía traducción del latín lingua materna.
Ahora bien, ¿cómo saben Dolz y compañía que el adjetivo materna se refiere a madre biológica alguna, y no a la lingua en sí. Lengua materna es lo mismo que lengua madre, como ‘tierra patria’ (o simplemente patria) es donde nace uno, no su padre. ¿Es eso sexismo? ¿Es sexista doña Itziar cuando interviene en un congreso titulado Ama Lurra? Aquí, con el agravante de que el vascuence lur (tierra) es asexuado. Una vez más, compárese el doblete alemán Vaterland / Mutterland (patria/matria). En alemán, Land (tierra, país) es neutro, mientras que Sprache es femenino y no admite Vatersprache.
Así, cuando digo ‘mi lengua materna’ no tengo por qué pensar en ‘la lengua de mi madre’. Y si soy de familia bilingüe, bien puedo hablar de ‘mis dos lenguas maternas’, sin insinuar que tengo dos madres. No es mi caso, pero podría serlo el de la propia Sra. Idiazabal, quien reconoce que «tanto en nuestra sociedad (¡y dale!) como en otras bilingües/multilingües muchos individuos tienen al menos dos lenguas primeras». O dos maternas, dígalo sin reparo.
Tan es así, que Muttersprache en segunda acepción es antónimo o contrario de Tochtersprache, no ‘la lengua de la hija’, sino ‘lengua hija’, como las romances lo son del latín, a diferencia del vascuence, que es de padre y madre desconocidos. Nada biológico, ni sexista, ni mejor o peor, y sin tufillo politiquero.
En inglés es igual. Para el Concise Oxford (4ª ed.), mother tongue, one’s native tongue, como motherland, one’s native land. El gran Wester’s Thirth National Dictionary (1976) por un momento flojea cuando define mother tongue como the language of one’s mother (o sea, mother’s tongue); pero al punto recapacita y, sin salir de la misma acepción, redefine como ‘el lenguaje naturalmente adquirido en la infancia y niñez’; one’s first language (primera lengua).
Para terminar de una vez, mother wit no es el ingenio de la madre, sino sinónimo de native wit, common sense.

Cobayitas humanos
No demos al artículo de la Dra. Idiazabal una importancia que no tiene. Pero una vez leída la mitad, tampoco despreciemos la otra media, donde promete tocar los aspectos educativo y científico.
Mejor no lo hiciera. Porque si antes ha criticado gratuitamente el título de la fiesta que conmemora, con igual alegría descalifica toda la historia del movimiento pro-vernáculo aplicado a la enseñanza, como carente de base científica, sólo porque se defendía lo que en principio parece más lógico y de sentido común: que al niño hay que darle la primera instrucción en su lengua materna.
«¿Pues en qué otra?», se pregunta el lector estupefacto, «¿En qué consistía el error científico?»  En que, según la articulista,
«desde los años sesenta del siglo pasado, estudios iniciados en Canadá y desarrollados posteriormente en todo el mundo, fundamentalmente en Occidente, han demostrado ampliamente que la educación bilingüe y plurilingüe, y en concreto, los programas de inmersión, lejos de ser perniciosos generan beneficios tanto a nivel personal como social; proporcionan un mayor desarrollo cognitivo y una mayor capacitación lingüística que a su vez favorecen la supervivencia de lenguas minorizadas y minoritarias y aportan condiciones indispensables para la integración social y cultural

Esto empieza a sonarnos, esto nos suena, esto nos deja sonados. ¿No se estará refiriendo…? Pues sí, precisamente:

«Algunos de los programas bilingües/plurilingües más exitosos se han desarrollado a partir de lenguas minorizadas como catalán o euskera. Y una gran proporción de los escolares que han disfrutado de estos programas educativos no han sido escolarizados en su lengua materna.»

Así, con esa alegría y frescura, se escribe a brochazo pretendidamente científico la pancarta del autoelogio a la catalanización y euscaldunización forzosa de escolares. Dos procesos que, digamos de paso, tienen muy poco que ver entre sí, pues (aunque la autora lo disimule), catalán y español son lenguas romances y hermanas en su estructura y comprensión, mientras que el vascuence es lengua aislada e incomprensible para el no iniciado en ella.
Con el mismo desparpajo se abona un experimento de resultado feliz, según la tesis oficial, avalada por «los resultados de las pruebas PISA 2009»… que por cierto en Euskadi se hicieron mayormente en español, ni más ni menos que las de 2006.
No entro a discutir lo evidente: Estudiar en vascuence es la panacea frente al fracaso escolar y nos pone a nivel europeo. Pero con una condición: tiene que ser sólo en vascuence. «¿Se puede escolarizar en cualquier lengua? ¿Es indiferente cuál sea la lengua primera o familiar para planificar los sistemas educativos? Evidentemente, no.» Y aquí viene lo bueno, para justificar ese ‘no’, esa inmersión, el modelo D exclusivo:

«Sabemos que los escolares cuyas lenguas familiares son mayoritarias parten con ventaja, porque gracias a la infinidad de usos y estímulos que aporta la sociedad en esas lenguas a través de los más diversos cauces (familiares, socio-culturales, informáticos, comerciales...) estos escolares desarrollan sus lenguas sin merma alguna y pueden aprovechar la escuela para aprender otra/s lengua/s y convertirse así en bilingües o plurilingües con todas sus ventajas. »

¿Y los euscaldunas? Si el beneficio se debe a la inmersión lingüística en otra lengua no primaria o materna, ¿que pasa con los niños vascongados, que no practican tal inmersión? En pura lógica, deberían salir retrasados. Pero no; como son todos bilingües, llegan al mismo resultado. Por eso digo que no es tanto el bilingüismo en sí, sino el estudio unilingüe en eusquera lo que produce ese resultado maravilloso en esta tierra. Y a la lógica, al mother wit, al sentido común, que los parta un rayo.
Algún lector preocupado por la ética, tanto como por la ciencia, se preguntará cómo es posible que una sociedad normal y no intoxicada ni embaucada se haya prestado a un experimento nuevo y nunca visto, con generaciones de escolares como cobayas, y de resultado incierto. Porque aunque fuese verdad que el ensayo está resultando bien (q. e. d.), queda en el aire la cuestión ética: ¿y cómo se sabía?
De ahí la vergüenza ajena ante el descoco con que se cierra el artículo:

«Llama la atención que la sociedad vasca, laboratorio lingüístico de gran interés científico, haya invertido más en la creación de centros de investigación neurolingüística que en la investigación lingüística asociada a la educación y a los comportamientos sociales relacionados con el uso de las lenguas.»

«Laboratorio lingüístico de gran interés científico», pero maldita sea. ¿Es decir, Dra. Idiazabal, que nos la están ustedes dando con queso? Un experimento masivo, radical, que el Estado planifica a largo plazo y lo monta sin investigación previa, con objetivos que el propio Estado fija y evalúa… Dios, cuánto recuerda todo eso otros experimentos ‘científicos’ de funesta memoria.

sábado, 19 de febrero de 2011

Nos vascongamos



O nos vascuengan, queramos o no.
El pasado martes 5 de febrero se ha emborronado otra página de nuestra Historia. El Parlamento español daba por bueno cambiar los nombres oficiales de las tres provincias vascongadas a sus respectivas formas en vascuence unificado.
De aquí a dos/tres meses, Vizcaya será Bizkaia y Guipúzcoa será Gipuzkoa. En cuanto a Álava, los bizcaitarras nunca ocultaron su desprecio hacia esos babazorros castellanizados. Que para colmo estuvieron con Franco y lucharon contra Euzkadi. ¿Pues y cómo no? Criado en Ayala, ya me dirán qué proporción de alaveses miraban la icurriña como bandera patria. Y ello a pesar del proselitismo nacionalista desarrollado en el Seminario de Vitoria por elementos guipuzcoanos y vizcaínos mayormente. Pues bien, la añorada Álava se complicará y nos complicará un poco más la existencia cuando pase a llamarse y escribirse Araba/Álava para todo el mundo.
¿Urgencia, clamor popular, resultado de un referéndum? Qué va… Con la que está cayendo, al pueblo español (incluido el vasco) esas virguerías parlamentarias le parecen trucos de evasión, formas de pasar el rato.
La iniciativa ha sido (una más) ocurrencia típica del PNV. Para el nacionalismo, todo lo identitario es vital: ortografías, colores, marcas, emblemas… No es que se muera por ello, no vale la pena, pero al menos se mata. “Por mober la lengua de otro modo”“por haber nacido en otra parte” (Goya), la Inquisición te llevaba al patíbulo; y por tener una visión distinta de su accidentario nacional, los más exaltados han sacudido el roble, mientras sus afines ‘moderados’ les jaleaban apañando bellotas. Y en esas estamos (en las bellotas, quiero decir).

Total, ¿para qué?
¿Qué representa este gesto? Para el PNV, una forma más de demostrar quién sigue mandando en el País Vasco, en este interregno de ‘Patxi el Breve’, alias el ‘Presidente López’. Ni siquiera han tenido que esperar a la reconquista de Ajuria Enea, quizás otra vez de la mano de la siempre Nueva Izquierda. Ellos solos han mercadeado con Rodríguez Zapatero un paquete de valores, reales unos (traspaso de competencias), otros más aparentes, incluida esta expansión ortográfica compulsiva a toda España.
Lo más esperpéntico, la coyuntura: un Presidente de Gobierno a merced de unos votos para aprobar sus presupuestos. Y en vez de pactarlos con la oposición, el socialista acude al mercado negro, donde bien se entienden los caballeros de mohatra.
¿Vituperable? Lo del Presidente sí, desde luego. Una vez más, Zapatero se retrata como sujeto sin principios, pero con fin único: él mismo. Si funciona el invento, cada vez que este presidente, u otros de su talla, se encuentre en apuro, irá cambiando el mapa de España hasta cumplirse la profecía socialista: “que no la reconozca ni la madre que la parió” (Alfonso Guerra, 1982).
“Te saco el plan de Pompas y Circunstancias, si me rebautizas dos ríos, tres montes y un cabo.” ¡Y vaya que nos haría felices que el Betis no fuese sólo un equipo de fútbol! Pero mejor no dar ideas, porque este mixturero de civilizaciones jamás llamaría Betis al Guadalquivir; pero en cambio, por un acuerdo con el vecino Rey Moro, es muy capaz de decretar que Andalucía ‘vuelva a ser’ oficialmente Al-Ándalus. Con que no he dicho nada. Muy mal por Zapatero, y punto en boca.
En cuanto al PNV, por esta vez se lo ve hasta moderado, y más bien infantil y pedante en su prurito gráfico, incluso cambiando letras que al fin suenan igual. Porque conociendo a José Luis y teniéndole cogido tan por sus partes, moderación es no haber cargado más la suerte. Pedirle, qué sé yo, algo más difícil. Por poner un ejemplo, abolir esa Ley de Partidos, que al parecer tanto molesta al nacionalismo. Una ley que “algún día nos la aplicarán a nosotros”, llegó a decir Ibarretxe…
Pero tate, ahora caigo. Si no han exigido eso, teniéndolo a pedir de boca, tiene que haber sido porque no lo desean de verdad. Igual que EA, Aralar y demás, todos pidiendo el retorno de Batasuna, cuánto altruismo. Con el algoritmo D’Hondt, ¿qué interés puede tener esa gente en prodigar siglas, cuando todos venden lo mismo? Ahora el hada madrina ofrece tres deseos, y el ahijado desperdicia el tercero en esa sosada, Bizkaia por Vizcaya etc. De la Ley Electoral, ni mención; ergo

Efectos prácticos
Los nombres eusquéricos de las Vascongadas ya son oficiales en ellas, desde hace seculares décadas. Hacerlos extensivos a todo el Estado admite varias interpretaciones, y ojalá tuviese alguna ventaja.
El ‘españolismo’ biempensante podrá saludar el cambio como un reconocimiento de que somos culturalmente plurales, y de que los vascos se sienten españoles. (Bueno, estos último sólo algún iluso alma de cántaro.) El mal pensante, junto con el nacionalismo vasco, verá justo lo contrario: una profesión de diferencia, a espera de que la nación vasca sea estado.
El cambio en sí no vale nada, porque no explica nada. Decir cesaraugustano por zaragozano puede ser pedante, pero al menos recuerda que la vieja Saldub(i)a se honró tomando nombre imperial, Caesarea Augusta. De las provincias vascas desconocemos la etimología y significado. De Guipúzcoa, hasta el nombre original (¿Ipuscoa, Lepuscoa…?). Y Araba tampoco dice nada más que Álava, con el riesgo añadido de convertir a los alaveses en arábigos, o al ilustre general Álava (don Miguel) en un Juan sin Tierra; y lo mismo a tantos Álava que hubo y hay por el mundo. Nadie se apellidó jamás Araba, como tampoco entre tanto Bilbao se conoce ningún Bilbo.
¿Más inconvenientes? Se me ocurre uno que, supongo, habrán  sopesado sus Señorías. ¿Qué pasa si en documento público, un contrato o lo que sea, alguien escribe ‘Vizcaya’ o ‘Guipúzcoa’, como hasta ahora? ¿Podría impugnarse todo el documento, a instancia de parte? Yo no lo sé, pero no me parece nada bizantino.
A los promotores del cambio yo les preguntaría si –aparte lo que a primera vista parece y vulgarmente se dice ‘tocar las pelotas’— esperan alguna ventaja. Si creen que así vamos a ser más apreciados o admirados. Con imposiciones así, seguro que no. Además, piensen en los niños. La chiquillería hispana puede empezar a leer Jipúzcoa, y con el tiempo, no lo duden, así se dirá en castellano esa provincia. Piensen también en los adultos. Todo el desprecio que un Presidente de Gobierno acumula por esta y otras majaderías de igual calibre puede volverse contra los que se aprovechan de semejante individuo para sacar las suyas propias adelante. Y en definitiva, vencer no es convencer.

Voces tribunicias
Defendió la proposición de ley el peneuvista Aitor Esteban Bravo (1962-   ), del linaje de los Esteban y los Bravo, más que del de Aitor. Convillano mío, aunque algo más joven (a juzgar por las fotos, las fechas, pero sobre todo, el entusiasmo), el tribuno “se congratuló” (¿?) de que “por fin” –a la sexta, la vencida—se haya enderezado un entuerto que bien puede llamarse ‘plurisecular’, en términos de Tasio Erkizia (1993). En efecto, si el siglo de aquí es igual a una semana de años (o tal vez menos), “con la negativa a aceptar el cambio durante décadas, lo que han hecho los partidos mayoritarios ha sido faltar al respeto a la voluntad de los ciudadanos”.
¡La voluntad de los ciudadanos, santo cielo! Pero hombre, don Aitor, ¿de veras cree usted que a la ciudadanía en general le importa un pito esta sinsorgada? Y si sólo a la vasca se refiere, ¿es que los tres o cuatro discrepantes no contamos? ¿Los cinco o seis vascos indiferentes no son nadie? ¿Es que no hay ciudadanía fuera del bachoqui y la erricotaberna?
Otra cosa es decir usted que lo concedido a otras comunidades autónomas con lengua propia no se puede negar a la vasca. Eso sí que va a misa. Porque ya se sabe (y si no, pregunte a Erasmo) que locura llama a locura, y en esto no van ustedes a ceder a nadie.
Pero hablando de tribunos, o de tribunas, para ser exactos, la palma del martirio fue para la Sra. Fernández Barahona, diputada socialista por Álava-Araba. La cual, ante el acoso de doña Rosa Díez a su partido, por sacrificar al interés sus convicciones y defensa del pluralismo y bilingüismo vasco, hizo gala de penuria argumental, apelando a la urgencia de unos presupuestos “claves para el destino de España”, ahí queda eso.

“Vascongadas, ¿por quién?”, preguntaba una vez Hendrike Knörr [1], reprendiendo al Rey de España por usar la expresión ‘Provincias Vascongadas’. En su arrebato, el académico se ofuscó hasta tomar la palabra ‘vascongado’ como participio pasivo en toda regla. Pues ya lo ve, don Hendrike –si es que en el cielo siguen importando estos tiquismiquis terrenales–: ahora sí, vascongadas; por el PNV, y por narices.
Nos vascongan (¿o es vascuengan?) por imperativo legal. Fuera de eso, la vida sigue. A los más jóvenes y a los simples se les revelan los “verdaderos nombres” del Señorío y de las otras dos ilustres Provincias. ¡Qué divertido este carnaval de los “nombres verdaderos”! O “prístinos”, que diría el otro. Como si algún nombre fuese verdadero, prístino, adánico, inmune a la ley fatal del convencionalismo. De la otra parte, la gente madura, más curtidos en edad y escarmentados en seso, sonreímos a lo Erasmo, sintiendo mucho que por esos desagües se nos va la convivencia.

         [1] ‘La realidad y la realeza’ (El Correo, 2004-05-11).

viernes, 11 de febrero de 2011

Vascuence maternizado



He aquí una noticia para que rabiemos los enemigos seculares del euskera. El Servicio Vasco de Salud, Osakidetza,  a todos los bebés “nacidos en su red” (sic) les receta gratis un libro-CD con nanas, canciones, juegos infantiles, cuentos y poesías; todo ello en vascuence, y sólo en vascuence.
¿Y qué hace un recién nacido con esa joya en el paritorio? Calma: los papis, por su parte, recibirán material didáctico e instrucciones de uso sobre «la importancia de trabajar las lecturas y canciones en euskera desde el instante mismo del nacimiento del bebé». ¿Entendido ahora?
Al enemigo secular y acérrimo del euskera le viene de inmediato al pensamiento y a la boca una palabra: melonada. Aunque luego lo piensa más a fondo y entiende que, sin dejar de ser en efecto una ‘melonada de libro’ (en el doble sentido de la expresión), entra perfectamente en el esquema de la política lingüística vasca: bilingüismo de pomada, y pasta gansa para euscaldunas y construcción nacional.
¿A quién se le ha ocurrido la parida, dicho en término de paritorio? Busquemos la respuesta en la dirección del cui prodest. El beneficiario inmediato de los dineros que vale la idea –tasada en 147.162 €– es Galtzagorri,  compañía guipuzcoana promotora de literatura infantil y juvenil en euskera.
Nada tiene de malo llamar a la puerta de la Administración ofreciendo ideas a cambio de subvenciones. “Mayor pecado tiene” –es un decir– el responsable de los fondos públicos, si los malgasta. Esta vez, la ocurrencia ha tenido un padrino y madrina en las personas del Consejero de Sanidad y la Consejera de Cultura del Gobierno Vasco. Ellos han presentado lo que llaman algo pomposamente ‘programa’, con el título Bularretik mintzora (‘Del pecho al habla’).
Este título precisamente, gráfico y provocativo, es lo que más nos da dentera a los enemigos seculares acérrimos y viscerales del euskera. Cualquiera entiende que se trata de una inocentada metafórica y hasta si se quiere poética; cualquiera, menos nosotros. A nosotros sencillamente nos parece una tomadura de pelo, sin mayor efecto que encauzar gasto, hacer como que se euscalduniza, pero y sobre todo, hacernos rechinar de dientes a los enemigos seculares acérrimo-viscerales irreducibles de una lengua que, en nuestro odio vatiniano, llamamos ‘vascuence’. Por lo demás, perder el tiempo y el... euskera.
En principio, el regalo es para todos los nacidos “en la red de Osakidetza”. Esta expresión adquiera grafismo especial, cuando venir al mundo en Euskadi es como entrar en una almadraba donde (¡tranquilo, neonato, tranquilo!) no te van a escabechar en sentido literal, aunque sí figurado. Porque sin tú comerlo ni beberlo, te van a marinar en una salsa lingüística, donde «desde el instante mismo de tu nacimiento» te vayas euscaldunizando.
Pero vamos a ver, ¿de veras creen los padrinos del invento que su CD-ROM obra ese milagro?
Doña Blanca Urgell es filóloga vasca, personalidad sin reproche para el nacionalismo, a la que precisamente por eso los socialistas han metido en el gobierno, para que les haga los deberes del euskera. A doña Blanca ya me he referido varias veces, siempre con respeto en la crítica, y con mayor comprensión desde su nombramiento para el cargo. No estoy con ella en casi nada, y menos en fantasías como la presente, o en su apostolado euscalduna transpirenaico, siempre con dinero público. Pero la verdad, tampoco me conviene propasarme, ahora que yo también tengo un par de ideas para venderle, en cuanto se me ponga a tiro. Así que prefiero apuntar hacia el sanitario.
El Dr. Rafael Bengoa es gran persona y médico, saludado como padre, o uno de los padres de Osakidetza. Este Servicio sólo puede interesarnos aquí bajo el aspecto que nos ocupa: el vascuence y la euscaldunización. Las críticas son de dominio público, sobre exigencia de perfil lingüístico, premio excesivo a la lengua sobre la ciencia y praxis médica, oposiciones trucadas etc. etc. No entro en ello.
Eso sí, como visitante de enfermos y como paciente, veo descabellado el montaje seudo euscalduna en espacios donde sólo las paredes y suelos ‘hablan’ la lengua propia, y eventualmente algún megáfono apostrofa en ella a un público sordo, distraído con otras preocupaciones que la de aprenderla o practicarla. Nos pasa a casi todos los enemigos seculares etc. del vascuence, que no alcanzamos a entender que la euscaldunización es una prioridad nacional, incluso con menosprecio a las personas y peligro de las vidas, especialmente en “redes” como la de la salud pública para mayores; y no digamos la red viaria, donde la siniestralidad lingüística es secreto de estado, inaccesible a las estadísticas.
Pues bien, al Dr. Bengoa yo le preguntaría dos cosas: si el medio aplicado tiene alguna eficacia para euscaldunizar al bebé; y segundo, en caso afirmativo, si le parece ético, en los nacidos de padres no euscaldunas, el experimento de suplantarles la lengua materna genuina por un sucedáneo de grabaciones, un ‘vascuence maternizado’. Esta pregunta sobre ética al Dr. Bengoa, médico y a la vez consejero, toca dos ámbitos: el deontológico profesional y el político.
1. No hablo de estética, del mundo sensible asociado a la maternidad y paternidad, al abrirse a la vida y todo eso. Hablo de fisiología del aprendizaje, y pregunto, no si el Dr. Bengoa cree, sino si sabe con base científica cierta que el recién nacido y el bebé cobaya, a la vez que se aficiona al vascuence, todavía discierne lo genuino de lo impostado; si sigue reconociendo y recibiendo la impronta materna natural, o si por el contrario, el trampantojo le engaña. A menos, claro, que esto sea lo que se busca con el experimento.
2a. De ser así, y producirse suplantación de impronta, o peligro de ella, ¿tiene alguna justificación deontológica? ¿algún sentido ‘médico’? ¿para ‘curar’ exactamente qué? A menos, claro, que el castellanismo primario en este país se considere enfermedad o defecto.
2b. En la vertiente política, me pregunto y pregunto al Consejero Dr. Bengoa si estas prácticas de ‘adoctrinamiento’ y ‘aclimatación’ no tienen ellas mismas cierta impronta y parecido con otros experimentos de gobiernos totalitarios, o también de aculturación en épocas pasadas.  ¿Qué derecho tiene una Consejería, un Gobierno, un Estado, a invadir esa área, al parecer crítica, de la intimidad personal-individual indenfensa? ¿Qué ‘beneficio’ cabe esperar, aparte de una asimilación probablemente irreversible? Que, por otra parte, coincidiría con el desiderátum del nacionalismo, algo no muy propio de un gobierno socialista. A menos, claro, que este gobierno mimetice al nacionalismo.

El poder de la imaginación

 El tópico de las improntas o impresiones genésicas es viejísimo y pintoresco. Los antiguos especularon mucho sobre aspectos fisiológicos y psicológicos de la concepción, gestación y crianza, en que las alteraciones maternas modificaban caracteres de la criatura. Dejando de lado los influjos astrales, la postura parental en el coito, las fantasías, emociones, sensaciones, todo podía tener efecto para bien o para mal. El lecho de la gestante se adornaba de imágenes supuestamente hermosas de angelotes, con otras imágenes placenteras o santas. Los antojos maternos, ya se sabe, dejaban marcas indelebles, etc., etc. No tengo aquí a mano los textos de autores renacentistas que, como Montaigne o su primo carnal el jesuita Martín del Río, recogieron ejemplos y reflexiones sobre esas capas misteriosas del yo, la génesis de las señas de identidad.
También la dietética. La leche mamada. Leche materna, leche de nodriza (nutritia). Luego vino la famosa ‘leche maternizada’ –mejor que la materna, según los prospectos de época–. Y ahora que nos reímos de tanta antigualla, ahora nos viene el Dr. Bengoa remedando a los viejos charlatanes, neoplatónicos y neopitagóricos, con el ‘vascuence maternizado’, de la teta a la boca. (Discúlpeme don Rafael la comparación. Sólo porque sé que no le cuadra puedo permitírmela.)
¿Es esto serio? Yo también quiero ceder al poder de la fantasía, imaginando que personas tan sensatas y tan sabias se acomodan a la corriente euscaldunizadora imparable, deseando por otra parte, con toda buena fe, exorcizar el clamoroso fracaso de tanto escolar en eusquera y su lógico rechazo a esa lengua que no es ni será jamás la suya. De ahí esa parodia de ‘maternizar el vascuence’, a ver si por ahí termina cayendo simpático. Y de paso ellos mismos se hacen perdonar por los nacionalistas la ocupación de Ajuria Enea.
Pues de eso nada. Pasen, señoras y caballeros, pasen y lean a la Gran Tarasca Corrupia echando lumbres contra “el Gobierno de López” y su “nueva nacional” (¿?). Así agradece el nacionalismo, por boca de doña Arantza Aurrekoetxea, el esfuerzo de ustedes por euscaldunizarnos  incluso más allá de la ley, que ni en la letra ni en el espíritu prevé la ‘maternización’ del vascuence y la  euscaldunización llevada hasta el puerperio.
“Hacer simpático el euskera”: ¡más Baztarrika no, por caridad!
Muchos como yo, enemigos seculares etc. del vascuence, tuvimos la buena fortuna de venir al mundo en otra “red” natural hoy desaparecida. Me refiero a las zonas de contacto lingüístico en la primera mitad del siglo pasado. De un lado, quedaban muchos vascongados unilingües. Del otro, el aprendizaje ocasional era espontáneo, se oía mucho la jerga mixta (nada que ver con el ‘euskañol’ de hoy), y en todo caso la música del dialecto hablado, y bien hablado, mayormente por gente aldeana conocida, era familiar y muy agradable de oír, incluso para quienes no lo entendían, o apenas.
La aversión al vascuence, como fenómeno social relevante, es cosa de hace poco. La han generado ustedes, los normalizadores, los euscaldunizadores y (yo no lo veré, pero mucho me temo), los oleadores y enterradores del eusquera. Al tiempo, como no rectifiquen.
Para entonces, los enemigos seculares etc. del vascuence ya no tendremos dientes que rechinar contra la estupidez de ustedes, los falsos amigos del eusquera. Una belleza tan delicada, costosa e inútil no se cuida así.
A menos, claro, que el objetivo sea usarla como arma política de dominio totalitario; en cuyo caso no se entiende qué pintan ustedes haciendo ese juego. A menos, claro, que…



jueves, 3 de febrero de 2011

La cópula de ETA



No; no es juego de palabras, no voy a incidir en salacidad impropia de mis canas. Alguna vez se ha bromeado sobre ‘cópulas etarras’, dado que la banda recluta a criaturas de ambos sexos (y aunque fuesen del mismo), con sus instintos y lo que pueda quedarles de afecto humano.
Pues no, no voy por ahí. Me refiero exclusivamente a la cópula gramatical o conjunción copulativa vasca, representada por la T en el acrónimo de ETA: Euskadi Ta Askatasuna (‘Euskadi Y Libertad’).

Uno de los fenómenos más notables en la neo parla batúa es la impresión que causa al foráneo, como que el vasco parlante en cuanto abre la boca se pone a hablar de ETA y no para.
– Oigo hablar en vuestra lengua propia, y no falla: todo el tiempo, ETA por aquí, ETA por allá, y a veces a pares: ‘ETA… ETA…’ ¿Es que los vascos no tenéis otro tema de conversación?
Explicamos al foráneo que, en efecto, a veces toca hablar de la ETA; pero mucho más a menudo la gente ni piensa en ella. Que eso que tanto le llama la atención, aunque suene igual, no tiene nada que ver. Es la conjunción copulativa eta (equivalente a y), tan necesaria y frecuente en vascuence como en cualquiera otra lengua, sea propia o mostrenca.
Ante esta explicación, el asombro del foráneo lejos de amainar crece hasta proporciones de pasmo:
– ¿Cómo es, entonces, que la sigla de ETA es ETA, y no EEA (Euskadi Eta Askatasuna)?
Hay que seguir explicándole que eso es porque ETA se crea en 1969, cuando la conjunción era todavía ta. Precisamente por entonces los académicos andaban ocupados en cómo iba a quedar el nuevo diccionario, y por lo visto no habían llegado a la letra T. Allí estaba esperándoles la dichosa cópula. Mejor dicho, las diversas formas de cópula.
Porque, en efecto, sin ser el eusquera dialectal un kamasutra copulativo, el hecho es que el instrumento u órgano de acoplamiento entre palabras adopta –adoptaba– varias formas y tamaños: ta, da, eta y alguna otra. Las más usadas eran ta y eta. Para una autoridad como Azkue, la forma primitiva es ta, y eta sería “variante eufónica, detrás de oclusiva”.
Así es –era– en los dialectos occidentales, vizcaíno y guipuzcoano. Sin embargo, los vascos franceses la prefieren larga, eta, y es lo que prevalece en el habla pirenaica. Se da la circunstancia de que la imprenta vasca se estrenó allí, en el Pays Basque, quedando fijada así una forma de cópula ‘a la francesa’. Una forma que no era la más natural, en la idea de Azkue, quien después de todo no dejaba de ser un presbítero, y habría oído aquello de “la forma del misionero”, para describir otro género de cópula sencilla, sin complicaciones.
Paso por alto la especulación etimológica. A los filólogos sagaces la t de (e)ta no se les ha pasado desapercibida en relación con el griego τέ, τα etc., o con el latín et, etiam etc.; pura especulación, como digo. Lo que hay de cierto es que los académicos de Euskaltzaindia se enfrentaron a las formas dialectales disponibles, y se quedaron con eta.
Sería de malpensados maliciar que en dicha opción pesó algo más que el criterio filológico; que, por ejemplo, a los académicos llegaron cartas de extorsión con determinado remite, sugiriéndoles una cópula determinada; o menos aún, que entre ellos o sus asesores hubo nadie que se acordó para nada de que ETA existía. Ellos a lo suyo, en materia de cópulas decidieron que mejor la larga. Eso sí, a hurtadillas autorizaron las variantes de siempre, abreviadas –hablar de formas precox o interrupta parece menos propio–; el monosílabo ta, e incluso da, en determinadas posiciones (a saber, después de ‘lanzarse’, que curiosamente es la palabra mnemotécnica para recordar las consonantes en cuestión).
¿Fue acertada la opción de la Real Academia Vasca? Yo diría que no fue prudente. Desde entonces, el habla de los vascos se colmó de ETAS. O lo que es lo mismo, la relación entre el euskera y esa palabreja es muy, pero que muy anterior a la última y denostada declaración del lendacari López, afirmando que sin ETA el vascuence saldría ganando.
Y vaya que sí. Porque para los etarras fue como tocarles la lotería, una propaganda gratuita a todas horas.
Y eso no es todo. Desde que nació ETA, el número de euscaldumberris no ha cesado de aumentar, por las razones que todos sabemos. Esta buena gente tal vez no domina su nueva lengua propia todo lo que fuera menester, de modo que a cada paso se atascan en vocablos de parada o apoyatura: bueno, vale, esto, mmm…, pero sobre todo, eta. Lo sufrimos a cada paso en ETB; los hablantes premiosos, que en llegando a la cópula vacilan, quedones, alargando el trance de forma exagerada, con puntos suspensivos y hasta con repetición y jadeo: ETA… ETA… ETA… Una obscenidad.

“¿De la Francia, qué te esperabas, pues?”  Ya la Grammaire basque de Pierre Lafitte (pág. 395) daba cuenta del mismo fenómeno copulativo ‘a la francesa’, y le cita el gran Orotariko Euskal Hiztegia (Diccionario General Vasco), en su artículo sobre la conjunción de marras, tomo 7 (Ere-Fa), pág. 552, n. 8; veamos:

8. "Eta a souvent en basque un sens suspensif, il marque l'hésitation, le mot qui ne vient pas, la construction embarrassée, l'ellipse qui précède ou qui suit: a) Hésitation: Errozu eta... ez girela eta... nehundik jiten ahal, dites-lui, heu!.. que nous ne sommes pas... heu! en état de nous y rendre"; etc
  
Sea como fuere, tenemos un problema. Ahora, cuando hay más euscaldunes vivos que los que hubo jamás desde el paleolítico hasta la prohibición del vascuence por ‘decretazo’ del Generalísimo Franco, suenen voces de alarma, porque ese gentío nuevo que sabe eusquera no lo usa en la vida diaria. Se barajan diversas razones, y yo me pregunto si no habría que añadir esta otra: que a muchos tanta ETA-ETA-ETA se les atraganta.
(Por lo demás, aquel Diocleciano del vascuence que fue el Caudillo era un poco despistado. Recuerdo que, allá por lo años 60 del siglo pasado, el servicio público de autobuses Madrid –El Pardo lo cubría la ETA, ‘Empresa de Transportes Automovilísticos’, con terminal en Moncloa.)
Para terminar; con la venia de Euskaltzaindia, he aquí mi modest proposal copulativo: comernos cruda la E de ETA y volver al TA de toda la vida. Más aún, prescindir por completo de ETA, incluso en las posiciones en que antes se usaba, como por ejemplo (y mira tú por dónde), “después de explosiva”. ¿Con que explosiva? Pues razón de más, aunque hablemos de letras, que el diablo las carga.
Recordemos el caso del alfabeto cirílico, cuando la letra ѣ (yat) fue barrida por la Revolución de Octubre. Aquel signo redundante sólo servía para llenar de cruces las páginas de los libros, que parecían devocionarios, y su desaparición supuso un ahorro apreciable de papel. La reforma que aquí propongo ahorrará papel (no tanto), ahorrará sonsonete (de eso mucho), y por supuesto, ahorrará preguntas como las de los foráneos visitantes, por qué los vascos hablamos tanto de ETA.