jueves, 20 de enero de 2011

Soñar en celta (2)




«Como un niño idiota» (pág. 193). No es la única vez que Mario Vargas Llosa aplica a su héroe una expresión de cortedad mental. Siempre por figura retórica, queda entendido. La primera es cuando el jovencísimo Roger, empleado de una naviera inglesa con base en Liverpool, repetía como lección aprendida en libros y prospectos de propaganda el credo imperial británico, sobre la misión civilizadora de la Europa colonial: «Sus compañeros de oficina cambiaban miradas burlonas, preguntándose si el joven Roger Casement era un tonto o un vivo, si creía esas tonterías o las proclamaba para hacer méritos ante sus jefes.»
Casement, que de bobo ni de ingenuo no tuvo nada –aunque en efecto, «no muy preparado intelectualmente» (dejó la grammar school a los 16 años para ganarse la vida)–, sorprenderá al mundo con escritos lúcidos y documentados, dignos de la pregunta evangélica: «¿Cómo sabe éste de letras sin haber estudiado?» (Juan 7: 15).
No se hizo el Imperio a base de titulitis, sí en cambio con una escolaridad escueta y castrense, de probada eficacia como preparación para la vida. Casement fue una muestra. Organizador nato, más que teórico, fue a la vez lector de gran apetito y buena digestión. En una de sus últimas publicaciones, Sir Roger se referirá a sí mismo en tercera persona como quien «ha hecho de la historia de Europa un estudio de por vida, y cuya preparación en el servicio consular inglés le ha colocado en situación de argumentar sobre base fáctica segura» [1].
Por eso mismo desconciertan tanto las pocas pero grandes tonterías de su vida. En particular, su última liaison con el confidente Eivind, sin prudencia alguna; o, simultáneamente, su plan absurdo de meter a Alemania en la guerra de independencia de Irlanda. La hormona y el destino no razonan.


Diplomacia
Casement se embarca en la aventura colonial casi desde la adolescencia, y la vive plenamente en África desde los 20 a los 40. El padre viudo había muerto siendo él niño todavía, dejándole el recuerdo de un miles gloriosus imperial retirado, que había servido en Asia. Roger Casement hijo no le seguirá en el servicio militar, prefiere el civil, y será diplomático, no por casta naturalmente, ni por preparación académica, sino forjado en la experiencia colonial africana.
La lógica nos pide fe para creer que le animaba un altruismo juvenil. Un alma pura y purificadora, que por sus pasos irá descubriendo el horror del colonialismo no británico. Tampoco los británicos son perfectos, pero no se trata de eso; y en todo caso, ni comparación con los monstruos latinos.
¿Cómo cuánto tiempo le llevó la bajada del limbo al infierno? Sin prisas. Pone pie firme en África Ecuatorial con 20 años (1884), se enrola en empresas típicamente coloniales pioneras, creando bases, abriendo vías comerciales.
En especial, dos veces trabaja para Stanley. La primera, en la expedición congoleña de 1884, por cuenta de Leopoldo II de Bélgica, sonsacando a los jefes nativos el compromiso escrito de ceder al hombre blanco sus gentes, tierras, riquezas y derechos, a cambio de la civilización. Una broma pesada, que hace recordar aquel ‘requerimiento’ famoso de los conquistadores hispanos a los caciques indios. En seguida vino la Conferencia de Berlín (1885) y la entrega del Congo a merced de Leopoldo.
Empleos temporales que Roger va dejando por su voluntad, eso sí, con nota de cumplidor eficaz; también «amigo de los negros», que no para todo el mundo significaba un elogio.

Por probar de todo un poco, un par de meses estuvo al servicio de una misión bautista. La novela ‘El sueño del Celta’ (págs. 62-66) pone énfasis religioso en este episodio, que en marzo de 1889 cierra una primera etapa africana. A su vuelta de la metrópoli (1890) se hace amigo de otro aventurero de origen polaco, que luego fue novelista célebre con el seudónimo de Joseph Conrad.
Por lo visto, este Konrad Korzeniowski también iba a África en misión blanca, de la que su trato con Casement le sacó, en propia confesión, «desvirgado» (pág. 73). Y su peculiar bajada a los infiernos se tituló El corazón de las tinieblas, ensayo de pesimismo agustiniano en clave literaria.
En el cap. VI (pág. 80), el Celta es ya desde hace años miembro del servicio consular británico. Cómo ha accedido a este empleo, donde hará carrera brillante, no se dice en la novela. Para ser cónsul o cosa parecida no es preciso ser diplomático, pero entonces hay que ser alguien, apellidarse algo, tener un negocio, una reputación, relaciones.
¿Desde cuándo Roger Casement era agente de Inglaterra?
Pongamos, desde el principio. Desde 1884, o antes. Si yo fuese novelista, dejaría suelta la imaginación por covachuelas del Foreign Office, con ficheros de agentes y espías diseminados por la telaraña imperial global. Las navieras de Liverpool facilitaban oficinistas y factores muy discretos y muy enterados del movimiento mercantil mundial. Gente ideal para buscar las vueltas a cualquier competidor de la Gran Bretaña.
En África ecuatorial el competidor a vigilar se llamaba Francia, se llamaba Bélgica –o mejor dicho, Leopoldo I del Congo–, se llamaba Alemania. Portugal en cambio no contaba, porque el enorme potencial africano de este dócil y probritánico país lo gestionaban los propios ingleses. Así que, para espiar a los dos vecinos nombrados, Francia y Leopoldo, mi fantasía pondría el observatorio más adecuado en alguna colonia inmediata portuguesa, digamos Mozambique o Angola.
Pues sí, en efecto. En 1895 era nombrado cónsul de Lorenzo Marques, la capital de Mozambique, que hoy se llama Maputo. Antes, en 1892, el agente Casement había dejado el Congo por Nigeria, como ‘Comisionado Itinerante para el Protectorado de la Corte del Níger’. Algo había que poner en la tarjeta de visita y en el membrete de las cartas.
Al cambio de siglo, los abusos del Congo Belga ya son chirriantes incluso para una colonia no británica. Un publicista, Edmundo Morel, ha descubierto que en el casino del rey Leopoldo se juega. El juego consiste en cambiar armas, chicotes y cuentas de vidrio por marfil, caucho y otras mercancías de gran valor.
Aquella misión de Stanley, en la que tomó parte Casement, arrancando firmas y cesiones a los nativos, da sus frutos. El cumplimiento de ‘contrato’ se exige por ley marcial. Los misioneros en general lo saben. Católicos o evangélicos, están habituados a esos modales coloniales y encomiendan la causa al Señor, con la boca bien cerrada. Sólo espíritus inocentes, como son los misioneros norteamericanos, se escandalizan de lo que ven y levantan la voz.

[A Casement le caen muy bien esos americanos. Él mismo, de no haberle llamado el Destino o ‘Principio Primero’ a la misión de África, pudo haber sido uno de ellos, otro inmigrante en América. Con pocos años más, quién sabe, uno de los valientes imbéciles irlandeses caídos con el comandante Custer (1876), cuando él en el Ulster se estaba quedando ya del todo huérfano.
Años más tarde, en la selva peruana, el cónsul Casement sabrá distinguir perfectamente entre dos masacres de indios, según ocurrían a uno u otro lado de la línea equinoccial: en Norteamérica era daño colateral necesario; en la Amazonía, una salvajada sin paliativos. Pero no anticipemos, cada cosa a su tiempo.]

Aquí, ya efervescente, mi fantasía llama de nuevo a escena al flamante cónsul, que con mucho gusto revelará lo que sabe, y lo que no sabe lo averiguará, para que el mundo sepa las malas artes de la competencia. Así cualquiera. Habíamos quedado en que las tres lacras a borrar del mundo salvaje eran esclavismo, canibalismo y paganismo. Y va el Leopoldo y sale con estas: chicote, mutilación, explotación, genocidio. Eso es violar el fair play. Así cualquiera extrae caucho competitivo.
He ahí la cruzada del caballero Casement, en cabeza del movimiento ciudadano por los Derechos Humanos y la Reforma del Congo. Ni oportunista ni farsante. Buen funcionario. Y, oiga, este hombre sabe escribir.
Por de pronto, entiende de maravilla el lenguaje diplomático: Para encontrar las llaves de la política «no hay que buscarlas en los Libros Azules ni Blancos, donde los encargados de esconderlas al público dan pistas cuidadosamente estudiadas». El Casement que así descalificaba la verdad del diplomático –refiriéndose a la Gran Guerra y sus causas, en el panfleto citado–, estaba haciendo exactamente lo mismo que reprochaba, o sea, lo mismo que él tenía practicado en lo muchísimo que escribió, salvo en algunas cartas íntimas, algunas poesías, alguna página que otra de sus diarios.

Memorias de África
Huyendo del horror del Congo, tal como se pinta en el Informe general de Mr. Casement (Londres, diciembre 1903), y aun recelando que se quedaba corto, pensé relajarme un poco en alguna otra colonia menos ingrata, y viajo con el pensamiento al edén de la baronesa Karen von Blixen-Finecke, que en 1913 fue a establecerse a 3 leguas de Nairobi, en Kenia. Como parque natural, este país se hizo famoso en el mundo por el safari de Theodor Roosevelt (1909). El hall de ingreso al Museo de Historia Natural de Nueva York exhibe algunas pruebas materiales de aquella efusión naturalista del señor Presidente.
(Para entonces, Casement planeaba su aventura equinoccial en el continente americano. El caucho, otra vez.)
Todos hemos soñado paraísos en África joven y perdida. El cine ayuda lo suyo. La película de Pollack (1985), con Meryl Streep y Robert Redford triangulando a Klaus Maria Brandauer, nos da el trabajo prácticamente hecho. La pongo, y de paso hojeo la novela, ‘Out of Africa’.
Desde luego, no es mi intención aguarme la fiesta con comentarios a destiempo. Pero tampoco puedo impedir que otro los haga:

«’I had a farm in Africa’ (Yo tuve una granja en África) trata bastante de historia, y no hay literatura inocente de historia»
No debe olvidarse que la implantación británica en el país de los kikuyus fue brutal, primero a manos del traficante John Boyes, detenido finalmente por robo a mano armada, sin que el poder viniese a mejores manos ni las matanzas desaparecieran.
«Entre 1902-1906 grupos kikuyus (iraini, embuku) fueron exterminados. La expedición de febrero 1904 contra los iraini dejó, «en cifras oficiales, 400 muertos; pero Meinerzhagen, que estuvo personalmente implicado, consideró que un cálculo de 1.500 se quedaba corto. Cifra que, no obstante, se suprimió de su relación siguiendo instrucciones de Eliot, al temer éste que traería problemas a Hinde, si una lista de bajas tan larga llegase a Inglaterra.»
«En junio 1905 el ataque fue contra los sotik: 92 muertos, 2.000 reses de ganado mayor, 3.000 de ovejas y cabras, al reparto de botín. Pocos meses después se dio muerte a 400 miembros de la tribu gusu. En la provincia de Kisumi la resistencia fue feroz. En 1905-1906 los británicos, con mercenarios masais y somalíes, atacaron a los nandi por sexta vez, causándoles 1.117 bajas mortales… » [2]

La misión oficial de Casement por aquel entonces era investigar y publicar, para espanto del mundo civilizado, las brutalidades del colonialismo belga en su saqueo del Congo. Luego le tocará el turno a la Amazonía, devastada por peruanos sin conciencia y consentidos suyos.
Todo sea por la goma de mascar y para otros usos.

(Continúa)
 
[1] Roger Casement: The Crime Against Europe. A Possible Outcome of the War of 1914. The Echo Library 2007 , 76 págs (Artículos escritos antes de estallar la guerra. Publicado primero en Filadelfia, luego en Berlín. Introducción fechada en Diciembre, 1914).
[2] David Ward, Chronicles of Darkness. Routledge, 1989, págs. 49-50.

4 comentarios:

  1. Pues yo estoy leyendo ahora la novela, y estaba esperando a terminarla antes de leer sus artículos sobre Casement. Pero he acabado la primera parte, y he decidido venir aquí.

    Yo también admiro a Vargas Llosa, pero la novela me está dejando cierta insatisfacción. Una razón es que no facilita la orientación del lector en el espacio y el tiempo. Otra, que no ofrece una visión clara del carácter de Casement. La conversión al nacionalismo es, ciertamente, abrupta: en el Congo cortan las manos a los negros, luego la colonización británica sobre Irlanda es igual de cruel. Una trazo tan ridículamente grueso de la realidad tendría que provenir de un fanático (quizás lo fuera) ¿Un agente británico desde el principio? Pues eso explicaría muchas cosas, como los once años transcurridos entre la llegada y las denuncias.

    En fin, espero impaciente la continuación de su relato. Un abrazo.

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  2. Su visita, amigo Navarth, me produce alivio; y créame si le digo que esperaba con impaciencia alguna intervención por el estilo.
    O bien es que he tocado un tema que a nadie le importa. Pero ¿cómo es posible, con el exitazo de venta del libro de D. Mario?

    También me he preguntado si todo el mundo está al cabo de la calle, menos yo, pues apenas leo crítica literaria. Ahora bien, lo poco que he visto sobre esta obra no merece nombre de crítica. Preguntarse si esta ‘novela’ es algo mejor o algo peor que otros títulos de Vargas me deja frío. Figúrese, hay quien dice, “no cualquier libro llega a la tercera edición”. (¿Qué entienden por ‘edición’ alguna buena gente?)

    En estos escarceos, lo que busco es aclararme yo mismo, y si mi reflexión interesa a alguien, encantado. No trato de enseñar nada, y menos sentar cátedra. Si me equivoco, tampoco pasa nada.

    Desde las primeras páginas, El sueño del Celta me dio el tufo de hagiografía. Como ‘vida de santo’ no está mal; pero un duro de corazón como yo siempre piensa que dentro de un san Pedro puede haber un tocho de ciruelo.

    El que sí muestra madera de santo es el propio autor. Si será buenazo, que no tiene ni idea de lo que puede dar de sí un nacionalista lógico. El último panfleto de Casement que cito, El crimen contra Europa, tiene párrafos y aun páginas enteras, que podría haber suscrito un tal don Adolfo.

    Seguiremos comentando. Un gran abrazo. No he podido responderle antes, porque me pilla usted de viaje.

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  3. Yo me he terminado hace poco la novela y ahora espero ansiosa sus comentarios (los de Ud., don Belosti) porque me complementan muy bien la lectura. He de decir que he debido hacer una lectura más somera que Ud. y d. Navarth porque suscribo lo que Ud. comenta pero obviando la última frase: me ha interesado, me ha informado y me ha gustado. Y punto. Me ha parecido del estilo de “La fiesta del chivo”.

    Lo que sí es cierto es que no sabes qué pensar sobre Casement, pero yo creo que Vargas Llosa deliberadamente crea esta incertidumbre. Al final a mi me han pesado más las cosas malas que las buenas y en conjunto me parece un personaje bastante detestable pero por otra parte….

    En fin, que creo que en cualquier caso es una novela que vale la pena leer y que siga Ud. comentando, que me aporta mucho.

    Un abrazo

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  4. Fe de errores: he debido DE hacer...

    Disculpe.

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