martes, 4 de enero de 2011

Ea, judíos, a enfardelar...


Este Año Nuevo me ha tocado recibirlo en Segovia. Segovia es una caja pequeña con muchas sorpresas dentro. Demasiadas para una sola vez. Por eso vuelve uno siempre con interés, que la ciudad no defrauda.
Cenamos en un salón, bajo un artesonado mudéjar que nos deja estupefactos. ¿Auténtico? Aunque parezca imposible, va a ser que sí. Una labor del siglo XV conservada de milagro, descubierta con el cambio de siglo y muy bien restaurada. Aquí y allá se repite como motivo el emblema de Enrique IV: en campo de gules, un castillo de oro y encima una estrella verde. Verde  que debió ser y fue plata, porque esmalte sobre esmalte va contra las leyes del blasón.
Esta maravilla apareció, entre otras, al habilitar La Casa Mudéjar, una hospedería con su restaurante, El Fogón Sefardí. Tiene su miga que el conjunto da a dos calles, por el sur la Judería Vieja, por el norte Isabel la Católica. En pareja armonía, el menú supuestamente judaico se abre con un montante de porcino; que para más enredo se titula Alminar de Jamón Ibérico sobre Pasta Brick. No critico. Por ese lado culinario, como por el estético en general, no es objetable la alianza de culturas, y aun de civilizaciones. Si no, habría que condenar todo lo llamado ‘mudéjar’; y por supuesto, el cocido.

[Mudéjar: misteriosa palabra-comodín. ¿O es mudejar? Al principio sólo se dijo en plural, ‘los mudexares’, nombre sustantivo. ¿Su origen? «Verás a Garibay Çamalloa, lib. 18, cap. 28 del ‘Compendio Historial’, en la vida del rey don Fernando el Católico», remite Covarrubias (1611). ¡O sea, que fue mi bien amado mondragonés el primero que la dio a la estampa (1571)! Este don Esteban, tampoco dejará nunca de sorprenderme *.]

Pero, como iba diciendo, los ojos se me van del plato a la techumbre. ¿Qué hace este derroche de hojarasca pintada sobre almagre en una planta baja, donde lo normal sería una cuadra o un almacén? ¿Y la heráldica regia? Tuvo que ser un local de postín, no cabe duda. Otra cosa es la explicación que da la casa:
–Estamos en las oficinas y domicilio de Rabí Meír Melamed, contador de don Enrique, yerno y socio de Rabí Abraham Seneor, el jefe de las finanzas del Trastámara.
No está mal discurrido, aunque sin apoyo documental.
En efecto, don Abraham, un auténtico patriarca hebreo, tuvo su gran casa justo enfrente, en Judería Vieja esquina a Puerta del Sol. Un casón de magnate, con gran patio y hasta oratorio privado, pues fue varón devotísimo.
La muerte inesperada de don Enrique (diciembre 1474) no supuso la desgracia para estos judíos; al contrario, ellos ven tranquilamente cómo a una cuadra de sus casas, en la parroquia de San Miguel, la hermanastra del rey doña Isabel se autoproclama Reina de Castilla. Eso supone gastos, dinero prestado, judíos al quite. También cuando los nuevos Reyes Católicos decretan un impuesto extraordinario sobre las aljamas para la guerra de Granada (1491), ambos socios juntan caudales para avalar una operación odiosa, que agrió las relaciones entre clanes hebreos, a cuenta siempre del reparto.

Fue el preludio del desastre. El primero de mayo del año siguiente se promulgó el decreto de expulsión, ya firmado el 31 de marzo. La tradición judía dice que, en esos dos meses, rabí Seneor junto con rabí Isaac Abravanel intentaron lograr la derogación ofreciendo a los reyes dinero. Lo cierto es que Seneor se hizo cristiano con otros de su familia. El bautizo fue en Guadalupe, apadrinando los reyes. Por eso suegro y yerno pasaron a llamarse Fernando, y el rey les concede usar un apellido noble vacante, Coronel. Rabí Abraham fue en lo sucesivo don Fernando Pérez Coronel, y rabí Meír Melamed don Fernando Núñez Coronel. En especial el ex rabí y ex Melamed, expulsados los judíos, protagonizó muchos pleitos sobre débitos y reclamaciones, en favor de la Corona.
¿Eran sinceras las conversiones? Para el cristiano viejo, como si no lo fuesen. Tampoco todos los cristianos nuevos se llevaron bien. Y, por supuesto, para la Sinagoga los conversos fueron siempre apóstatas y excomulgados. Así nuestro rabí Seneor antes de ser cristiano había sido muy mal enemigo de un tal Juan de Talavera, un converso que de judío había llevado la escribanía y repartimientos de la aljama segoviana. Por lo visto, en tal empleo se enteró de ciertos chanchullos cometidas por el viejo. Éste le hizo sentir cómo su brazo era largo también fuera de la judería, metió en prisión al Talavera, y no contento con verle arruinado le denunció por brujo.
También los cristianos tuvieron noticia de manejos judíos para comprar su Sefarad con oro, pero aquéllos pusieron adobo antisemita. El historiador inglés W. H. Prescott da esta versión **:
Los judíos, advertidos de lo que se trataba, ... comisionaron a uno de los suyos para que ofreciese un donativo de 30.000 ducados, con destino a la guerra contra los moros.
La negociación, sin embargo, fue bruscamente interrumpida por el Inquisidor General Torquemada, que entrando precipitadamente...  y sacando un crucifijo de debajo de los hábitos, le alzó en alto, exclamando:
–Judas Iscariote vendió a su Maestro por treinta monedas de plata. Vuestras Altezas van a venderle ahora por treinta mil. ¡Aquí está: tomadle y vendedle!
Y esto dicho, aquel frenético arrojó sobre la mesa el crucifijo y salió de la misma manera violenta con que entrara.
Los soberanos, en vez de castigar tan temerario atrevimiento, o de despreciarlo como un mero arrebato de locura, quedáronse sobrecogidos; porque ni don Fernando ni doña Isabel hubieran vacilado un momento en negar su sanción, si se les hubiera dejado seguir los naturales impulsos de su buen juicio, a una medida tan impolítica, en la que iba envuelta la parte más activa e industriosa de su pueblo; y su extrema injusticia y crueldad la hacían especialmente repugnante al carácter naturalmente humano de la Reina.

Algo cándido parece el historiador inglés como intérprete de «naturales impulsos» regios; un oxímoron, en el caso de los del rey Fernando, pues tal vez el aragonés con su «buen juicio» estimó que 30.000 ducados eran poco para lo que prometía el expolio. Tampoco de doña Isabel se puede estar tan seguro, visto su comportamiento con el hermano y con la sobrina doña Juana, a la que quitó de en medio llamándola la Beltraneja.

Sobre esta anécdota y texto compuso Emilio Sala su cuadro La expulsión de los Judíos (1889). El personaje en primer plano, vuelto de espaldas en expresión de anonimato, es el judío que aguanta impávido el insulto del fraile. En su momento, los críticos del cuadro se extrañaron de tanto capisayo y empaque en un hebreo. Aparte de que los escenógrafos historicistas de la época solían documentar sus bocetos, consta que los judíos ricos en los siglos XIII-XV usaban ropas que les hacían confundir con catedráticos u obispos y hasta con cardenales. ¿Quién iba a fijarse en un distintivo amarillo perdido en algún pliegue del faldulario?
A quién quiso pintar Salas, no importa mucho. Se ha pensado en rabí Seneor, pero me inclino por Abravanel, que dejó escrito:


Hablé por tres veces al monarca, como pude, y le imploré diciendo:
– ¡Favor, oh rey! ¿Por qué obras de este modo con tus súbditos? Grávanos con impuestos. Dádivas de oro y plata, cuanto posee un hombre de la Casa de Israel, lo dará por el país do nació.
Imploré a mis amigos, que gozaban de favor real para que intercediesen por mi pueblo… Trabajamos con ahínco, pero sin éxito. También la Reina, que estaba a su derecha para corromperlo, le persuadió a ejecutar y concluir la obra empezada. Fue el desastre.

Isaac ben Yehudá Abravanel siguió judío, y para su gente fue nuevo Moisés guiándoles en la travesía del mar.

Los motivos de la expulsión de los judíos –un siglo después, la de los moriscos– serán un enigma mientras se acepte el mito de una coexistencia pacífica de las tres religiones en la España Medieval. Los pogromos fueron recurrentes en la Baja Edad Media. Hablar de sorpresa resulta difícil, después de campañas como la de san Vicente Ferrer, cuyo fracaso pastoral llevaba necesariamente a la violencia (1391), y a la confiscación de sinagogas, como La Blanca de Toledo y otra del mismo estilo en Segovia, con un pretexto pueril (1410).
Lo mismo la famosa y mal llamada Disputa Tortosina (1413-1414): so pretexto de un debate objetivo sobre que Jesucristo es el Mesías profetizado en la Biblia hebrea, maratones de lavado de cerebro, insulto a la inteligencia de los rabinos, para desprestigiarles ante su gente. La farsa, promovida por el papa Luna (Benedicto XIII), dio por resultado muchas conversiones a la fuerza y, eso sí, más conflicto.
La Inquisición Española vino a agravar lo insostenible. El espionaje sobre los conversos se hace obsesivo desde 1480, y sólo en 1481 y en Sevilla hubo unas 2.000 quemas de judaizantes en persona y otras tantas en efigie o en osamenta, sin contar otros 17.000 penados. Más de 4.000 casas se vaciaron en Andalucía.
Peor aún que las condenas fueron las consecuencias sociales de la confiscación, la inhabilitación y la infamia de apellidos a perpetuidad, señalados en público por los sambenitos de los penitenciados, que debían colgar para siempre en las iglesias.
Pero es que a los conversos ni en la misa de domingo se les dejaba en paz. Juan de Anchieta (h. 1462-1523), sacerdote guipuzcoano de Azpeitia, fue músico excelente, cantor  y maestro de capilla en la corte de los Reyes Católicos. Era moda componer misa sobre letrillas profanas, y a él se le ocurrió estrenar una –perdida, por desgracia o por suerte–, sobre una canzoneta de moda:

Ea, judíos, a enfardelar,
que mandan los Reyes que paséis la mar.




Era un modo de adular a la Reina Católica, mientras los conversos tragaban saliva tarareando por bajines:

(Eso y la puta que vos parió,
y qué descansada la triste quedó.)

También es verdad que el guipuzcoano se hizo perdonar con piezas igualmente bonitas, como las del Cancionero de Palacio. Por ejemplo ***:

Con amores, la mi madre,
con amores me dormí.
Así dormida soñaba
lo que el corazón velaba:
que el Amor me consolaba
con más bien que merecí.




Es bueno viajar, bajarse de esta torre de marfil vasca, de este ‘Ajarafe del Norte’ –así llamó burlonamente el converso Hernando del Pulgar a Guipuzelanda, en un texto deliciosa de sus Letras o cartas–; ver que hay vida inteligente incluso fuera de Euskadi; ciudades como Segovia que soportan en su callejero nombres insólitos, como Calle Santa, Calle de la Muerte y la Vida, del Mal Consejo, del Padre Claret, del Alférez Provisional y hasta de Atorrasagasti. Dedicada esta última al gudari Patxi Atorrasagasti Ibáñez, pistolero, expulsado en su día de su organización FE (Falange Española) «por falta de disciplina», pues por lo visto era de gatillo fácil ****.
Para que luego digan de otros. Desde Hendaya a Gibraltar, España y sus fantasmas.
_________________________

*) “Como los demás moros [de Ronda] fuessen a vivir a la serranía de Ronda, haciéndose mudejares, que quiere dezir vassallos de Christianos…” (Compendio Historial, ed. 1628, 3: 644; ibíd., 667-8, 670, 675, 702).
**) Historia del Reinado de los Reyes Católicos, por Guillermo H. Prescott. Trad. Atilano Calvo Iturburu, Madrid, Gaspar y Roig, 1855, pág. 184.
****) S. Vega y J. Aróstegui, De la esperanza a la persecución. Critica, 2005, pág. 93.



7 comentarios:

  1. Es curiosa la postura del judío en el cuadro de Emilio Sala: parece que está dando golpecitos en el suelo con el pie izquierdo, como si dijera “ya empezamos”

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  2. Usted también lo ha notado. ¿Verdad que sí? Pues mira que el Torquemada como bufón de Corte...

    ‘La Historia vista por los pintores de anécdotas apócrifas’: seguro que un libro así existe, y tiene que ser la mar de interesante.

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  3. ¡¡¡Qué bueno, qué bueno!!! Adoro sus exposiciones, señor mío.

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  4. Magnífica entrada, Sr. Belosticalle, fantástico relato de la España de verdad.

    Saludos, spectalia

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  5. Como arquitecto restaurador de la Casa me gustaria mucho contactar con usted. estoy escribiendo el libro y su información y opinión me seria muy utiles.
    alberto garcia gil
    agarciagil@terra.es

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  6. ¡Qué colección de inexactitudes sobre mi decimo octavo abuelo!. Fue uno de los más fieles valedores de Isabel y artífice en parte de su matrimonio con Fernando.

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    1. Pues adelante, caballero. No encontrará usted mejor acogida para enseñar al que no sabe, y más si toca a su abolengo.

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