viernes, 31 de diciembre de 2010

San Silvestre y Fin de Año



El año santoral se cierra con San Silvestre. Un papa extraordinario en todos los sentidos, si todo lo que se cuenta de él no fuese leyenda pura.
Lo único cierto es que su figura es una de las más desairadas del papado, y eso que su pontificado largo de veinte años coincide con una etapa única en la Historia de la Iglesia: la paz religiosa impuesta por el emperador Constantino el Grande.
De hecho, lo único que se sabe de Silvestre dice poco en su favor. En la persecución de Diocleciano y Galerio, ni el santo varón ni su padre, el presbítero Rufino, se señalaron como héroes, cuando buena parte del clero romano, incluido el papa san Marcelino (304), colaboraba con el enemigo cumpliendo la orden de entregar a la autoridad los libros y archivos religiosos.
El que entrega se dice en latín traditor, traidor; una palabra bastante fuerte, que años después empezó a oírse mucho. En el norte de África, sobre todo, donde un presbítero puritano llamado Donato llamó traidor (entregador) a su obispo Ceciliano, primero en voz baja, pero desde el Edicto de Milán (313) a gritos y en público.
Aprovechando que era papa un paisano de ambos, el africano san Melquíades, los dos querellanes comparecieron en Roma. El concilio encargado de juzgar el caso se reúne significativamente en Letrán, en casa de la emperatriz Fausta (la 2ª mujer de Constantino), de modo que el resultado era previsible: enredar en el tema de los traidores y otros cobardes de la persecución no era político. Había que dar carpetazo a tales denuncias.
Lo malo fue que, de vuelta a casa, un Donato despechado se convirtió en cabecilla de un cisma de cariz nacionalista y muy agresivo. De hecho, en tiempo de san Silvestre era uno de los dos problemas más serios de la flamante Iglesia estatalizada, junto con la herejía de Arrio. Pues bien, a los dos problemas se enfrentó personalmente Constantino. como si el papa fuese él, y no Silvestre, que no tomó parte ni en el concilio de Arlés (agosto de 314) sobre el cisma donatista, ni más tarde en el concilio mundial de Nicea contra el arrianismo (mayo de 325).
Como para compensar tamaño vacío, en la Edad Media la fábula florece en torno a san Silvestre, hasta convertirse en el folletín recogido en La Leyenda Dorada  (siglo XIII). La ficción se lleva al colmo en la falsa Donación de Constantino (siglo VIII), origen del poder temporal del papado.
Un documento gráfico muy notable de la leyenda silvestrina se halla en la basílica de los Cuatro Santos Coronados.  En la capilla de San Silvestre se le ve pintado al fresco en un ciclo de escenas, bautizando y curando a un Constantino leproso, que en agradecimiento le regala su palacio y la ciudad de Roma. Los momentos en que el emperador hace de palafrenero del papa y en que le adora cediéndole la tiara, es donde la ficción se permite toda libertad, hasta invertir los caracteres de ambos personajes. Un Silvestre poseído de su papel de vicario de Dios, encarando a un Constantino humilde, sumiso, inverosímil. Tal quisiera ver la Iglesia de las Falsas Decretales al Sacro Imperio, en el conflicto de las Investiduras.
Todo el complejo fortificado medieval de los Coronati tiene algo de bárbaro; un rincón monástico del monte Celio, no lejos de Letrán y muy cerca del lugar donde supuestamente dio a luz la papisa Juana. Las monjas que cuidan la basílica, la capilla y un claustrito románico precioso, advierten al público en un letrero que la eucaristía de la Casa es apta para comulgantes celíacos.



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