sábado, 9 de octubre de 2010

Saltarse a Falopio


     El Nobel de Medicina y Fisiología para un científico de Cambridge no debe ser sorpresa. En esa Universidad la Biología ha dado pasos largos y decisivos, empezando por el modelo estructural y funcional del ADN, la popular doble hélice. Empezando, digo, porque el descubrimiento de Rosalind Franklin (1952/1953) trajo una refundación de la ciencia biológica y una recolocación de todo lo que anteriormente se sabía.
      Así pues, de la no sorpresa paso a la sorpresa, estupor casi, por esta láurea concedida a un biólogo anciano, botánico de formación, no por algún hallazgo científico, sino por el desarrollo de una ‘terapia’ (sic).
     A sir Robert G. Edwards (Manchester, 1925) la ciencia se le supone, pero su fuerte era la técnica. La técnica y la obstinación. Ciencia, destreza y gran paciencia, al servicio de una idea fija: conseguir niños normales sin haber pasado por una trompa de Falopio.
   Ese atajo es el que representa la figura [1]. Normalmente empezamos a ser en uno de esos conductos arcaicos y algo extravagantes, reciclado de un viejo aparato excretor fuera de uso, un rompecabezas para los morfólogos de los siglos XVI-XIX. La evolución de los vertebrados trajo unos cambios de fontanería renal que interesaron de forma especial a los gametos masculinos (espermatozoides) y femeninos (óvulos), como si el Diseño Inteligente no acertara con una solución digna de su adjetivo para la salida de esos elementos.

Falopio y sus trompas

     Gabriele Fallopio (Módena, h. 1523-1562) –castellanizado Falopio– iba para clérigo, pero se decantó por la anatomía como hábil técnico, a la vez que buen médico, experto en sífilis (él inventó el condón).
     Digno sucesor de Andrés Vesalio (1514-1564), no se llevaron nada bien. Los anatomistas trabajaban a destajo por descubrir y nombrar el microcosmos –las estructuras orgánicas del cuerpo–, igual que hacían los exploradores del macrocosmos. Por lo mismo, andaban a la greña, desmintiéndose y pisándose unos a otros.
     No era para menos, a las prisas se sumaban las trampas. Con eso de que «el cerdo por dentro es lo más parecido al hombre» y cosas así, muchas veces se disecaban animales domésticos. La Iglesia prohibía usar cadáveres. Sólo algún príncipe ilustrado, medio descreído y extravagante levantaba en su feudo la veda. Contaba Falopio que el Duque de Toscana era amable al extremo de obsequiarle a veces a él y sus colegas con el envío de un condenado a muerte, «quem interficimus nostro modo et anatomisamus».

     –Su Alteza el Duque les manda saludos– entraba el hombre por su pie en el anfiteatro –y de paso, como los monos que vuesas mercedes le han pedido son muy caros, vean si se apañan practicando en mi persona.      
      –Con mucho gusto, amigo. Pasad y desabrocháos. Tened por seguro que haremos de vos una anatomía limpia como esa que veis dibujada en la pared, y tan completa, que lo que de vos quedare para la sepultura quepa holgadamente en una caja de zapatos. Mas antes es menester que os despachemos modo nostro, pues no hacemos profesión de vivisectores.

     «A nuestro modo», se suele interpretar como que los médicos-verdugos usaban, en vez de la soga o el hacha mortal, algún fármaco, probablemente el opio.
     Falopio hizo una primera descripción correcta del aparato genital femenino [2], manteniendo para los oviductos la función de ‘conductos seminales’, aunque por entonces nadie supo en qué consistía el supuesto ‘semen’ femenino, hasta el descubrimiento de los óvulos. Pero, para sorpresa suya y del mundo científico –también para enfado de Vesalio–, halló que aquellos dos conductos que partían cada uno de un cuerno del útero, estaban claramente separados del ovario, abiertos hacia él y ensanchados a modo de pabellón de trompeta.
     Falopio rivalizó también en parte con Eustaquio –Bartolomé Eustachi (h. 1510-1574), tanto en el estudio del aparato genital como del oído. Estaba entonces de modo la trompa o tuba, instrumento musical en plena evolución, en materiales y aleaciones varias, con retorcimientos inverosímiles que recordaban algunos conductos orgánicos. Así que hubo trompas para los dos, las del oído para Eustaquio, las uterinas para Falopio.

Sembrar en vidrio

     De siempre se ha sabido que los seres vivos, incluidos los humanos, tenemos mucho de mecánica. Lo que no se sospechaba, hasta mi generación, es que tuviésemos tanta. Por eso se ha avanzado tanto en poco tiempo. Y también por eso mismo no podemos (por ahora) muchas cosas que sabemos posibles. Cuestión de técnica, cogerle el tranquillo, y si acaso saltar barreras a la torera.
     Es lo que se ha hecho en parte con la reproducción humana: un proceso en cadena que puede fallar por distintos puntos. Una causa frecuente de esterilidad radica en las trompas falopianas, que es donde se da el encuentro del óvulo maduro con el esperma. Solución nobelizada: al diablo las trompas. Tómese el óvulo maduro del ovario, fecúndese en cultivo con el esperma, déjese que ese zigoto fecundado se divida varias veces, y ya tenemos un embrioncillo listo para ser implantado en la pared interna del útero. La mucosa uterina no hace preguntas, no exige visado de paso por trompa, ella a su trabajo de anidar el nuevo ser.
     Dicho así, qué fácil. La realidad tuvo en jaque este esquema desde los años 50 hasta que funcionó, por fin, el 25 de julio de 1975 en la persona de una niña sana, Luisa Brown, que este verano ha cumplido los 35.
     Mecánicos, sí, pero no sencillos. Edwards contó con muchas luces y ayudas, la más divulgada la de Steptoe y su laparoscopio, instrumento que facilitó la obtención de óvulos viables. Endocrinólogos, citólogos, especialistas varios ayudaron a ambos socios a depurar la técnica y abrir posibilidades. Una es la fecundación directa del óvulo por micro inyección del elemento masculino. No voy a entrar en detalles, y gustoso remito al blog de un gran amigo , el Dr. José Luis Neyro, especialista pionero en España. Ayer hablaba con él del asunto, y creo que le gustó mi lema como razón del premio a Edwards: «saltarse a Falopio».
     Recordábamos también los primeros ensayos aquí, liderados por José Ángel Portuondo, desaparecido en la catástrofe aérea del monte Oiz (Vizcaya), el 19 de febrero de 1985. Cuatro meses le faltaron para ver el primer alumbramiento logrado en su equipo por técnica in vitro. Portuondo me había expresado su interés por contar con alguno de mis alumnos biólogos para su laboratorio y lo tuvo. Demasiado pronto, la Parca hizo uso de la palabra.


Voces éticas

     Todo lo humano tiene implicación ética, que puede complicarse con normativa moral religiosa. Hasta dónde hay derecho a manipular células humanas, embriones, fetos, seres humanos. A veces se da mucha importancia a cosas relativamente banales, como elegir el sexo del niño.
     La misma moral cristiana es bastante relativa. Por ejemplo, el referido ‘condón’ de Falopio no tuvo problemas con la Iglesia como preservativo antivenéreo. Empezó a tenerlos, creo, sólo cuando se usó masivamente como anticonceptivo.
     El Vaticano no ha visto bien este Nobel, como ya desde el principio criticó la manipulación de óvulos y embriones humanos. Los 4 millones de criaturas nacidas por el arte no compensarían el derroche de material biológico sacrificado o sin futuro vital. Por supuesto, no estamos hablando de aborto propiamente dicho; a menos que propongamos que el Diseño Inteligente es en sí mismo abortista a tope, derrochador de semillas, embriones y larvas en toda la escala biológica.
     Otras consideraciones éticas también se deberían contemplar. Una es la cuestión de prioridades en la asistencia social. La urgencia y el derecho a tener hijos de probeta, comparado con el derecho y necesidad de tener dientes postizos, por ejemplo, invita a reflexionar sobre el empleo de los recursos disponibles. ¿Conque frivolizo? Ya, pregunten a un desdentado, mejor si es pobre.


¿Nobel acertado?

     Según se mire. El Caballero de la Dinamita y sus albaceas decidieron titular esta porción de su premio ‘Medicina o Fisiología’. De Biología no se habló. Si a Edwards le premian por una terapia, no hay nada que objetar, salvo que no se ve tal terapia médica (valga la redundancia); si acaso, alivio a la ansiedad y frustración de parejas estériles. La fecundación in vitro no cura ninguna enfermedad.
     Como biólogo, me alegra que el premio haya recaído en un colega. Un colega que es para mí como el Everest respecto a un pedrusco en la base. Pero un biólogo en el que jamás habría pensado para tal distinción. Porque, con todo lo que la gesta de Edwards tiene de relieve social, biológicamente hablando no ha descubierto nada nuevo, ni ha logrado nada inédito en otras especies biológicas. Sus trabajos merecen y han tenido ya muchas distinciones adecuadas; menos ésta.  
El Nobel de Economía, tal vez, habría sido más para tener en cuenta. Es sólo una opinión.
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[1] Me he permitido modificar ligeramente el esquema registrado, para poner en paralelo (literalmente) las etapas respectivas de ambos mecanismo del primer desarrollo embrionario, in vivo e in vitro. © The Nobel Committee for Physiology or Medicine 2010 © Dibujo: Mattias Karlén (modificado por Belosticalle).
[2] Observationes anatomicae (1561). Obra, por desgracia, sin dibujos.






6 comentarios:

  1. Felicidades, Belosticalle, por sus 32.000 visitas guiadas por un sabio.

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  2. Enhorabuena por la cifra de visitas alcanzada. Tiene usted una manera de escribir que consigue hacer extraordinariamente interesante y ameno cualquier tema (por ejemplo, debo reconocer que, en principio, un asunto como los niños y su fabricación me despierta un interés moderado, pero lo he leído con avidez). Saludos.

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  3. Navarth dixit; (por ejemplo, debo reconocer que, en principio, un asunto como los niños y su fabricación me despierta un interés moderado, pero lo he leído con avidez).
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    ¿Interés moderado la fabricación de los niños?
    Pero si es la fuerza que mueve al mundo, porfa, Navarth.
    Va de coña, claro. Saludos.

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  4. Enhorabuena por los 32.000 hijos lectores de San Belosticalle.

    Muy importante su labor.

    Mucho más de lo que vd, sin duda, se imagina.

    Un abrazo muy fuerte.

    El quicio de la mancebía [EQM]
    elquiciodelamancebia.lacoctelera.net

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  5. Muchas gracias, admirado maestro, por sus elogios, tan inmerecidos como bien recibidos.
    A falta de algún estrambótico mecenas que se ofrezca a subsidiar poetas, mi mayor tesoro es el estímulo de la gente a la que admiro.

    Siga su merced por los caminos de la Ciencia, a ver si así escapamos todos un poco de la molicie y la burricie deste mundo.

    Un abrazo

    Monsieur de Sans-Foy

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  6. Felicidades por sus 32.000 entradas y por su sabiduría.

    ¿Deleitar enseñando? ¿Enseñar deleitando? Se agradece, de veras.

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