El incidente de Lazcano, protagonizado por el joven Emilio Gutiérrez, es otro botón de muestra para el debate sobre la respuesta adecuada al terrorismo.
No tengo criterio formado sobre el caso, salvo mi oposición por principio o prejuicio a la respuesta violenta motu proprio, aparte de la imprudencia de acometerla en solitario y a cara descubierta. Dicho eso, añado que en mi opinión, no ha sido un calentón sobrevenido de ira, sino el reventón de un absceso acumulado, largo e insufrible, efecto de la provocación y humillación de una parte del vecindario por los prepotentes. En ese sentido, han de contemplarse todas las eximentes, así como la prestación de auxilio jurídico a quien sería víctima, no sólo de sus agresores directos, sino de la pasividad social, y esto es más grave.
Entre lo bien escrito sobre el particular, me ha gustado el artículo de Hermann Tertsch, 'El miedo y la gentuza'. Y me ha gustado (una vez más) porque toca un punto del que se discute demasiado poco. Al margen del tema central, pero en su contexto, es oportuna la observación de Tertsch:
"Lazcano, ese pueblo que algunos llaman ahora Lazkao -vayan ustedes a saber por qué-"
¿Qué por qué? Muy sencillo: por imposición de la Academia Vasca. Una imposición arbitraria, irracional y absurda, que deja en la miseria la riqueza toponímica del País, aparentemente en aras de la construcción nacional. Terminaciones latinas como -ano, -ana delatan quizá demasiado una temprana romanización.
Una cosa es unificar la lengua, otra muy diferente atropellar la geografía unificando topónimos hasta hacer irreconocible su relación con apellidos. Afortunadamente, ninguno de los Lazcano que conozco se ha cambiado a Lazkao (aunque alguno cede a escribirse Lazkano. Tampoco sé de ningún Bilbao tan dócil, que haya pasado a firmarse Bilbo. Y esperemos que nuestros euskaldunberris no sean los únicos en ignorar quién fue el almirante Oquendo, sustituido tal vez por un Okondo imaginario.
¿De dónde se han sacado nuestro euscalzainos esa regla de oficializar hipocorismos? No digan que lo han visto escrito en documentos antiguos, oficiales o no, pues la verdad es que se puede investigar en cualquiera de nuestros archivos históricos forales, y aun ser archivero director de cualquiera de ellos, sin conocer media palabra de vascuence.
Uno de los paladines del Bilbo fue el inefable Knörr, Endrike o como se escribiese finalmente. De nada sirvió meterle por los ojos a Garibay, que tanto en castellano como en su colección de refranes vascos escribe Bilbao. Knörr llegó a desbarrar sugiriendo que el refranero antiguo deformaba Bilbo ¡por mor de la rima!… Con esa mentalidad, no es de extrañar la afición del académico a los engendros de Veleya, contribuyendo así a esta vergüenza todavía por aclarar. Pero paz a los muertos. Menos mal que, por ley 'normalizadora', Sestao no es (todavía) Sesto; y de Ascao ni digo.
La seudotoponimia se marcó un jalón egregio en Pedernales, suplantado por un Sukarrieta de nuevo cuño, convertido en nombre oficial. Por cierto, pudo elegirse la forma más antigua y correcta, su(h)arri (pedernal) para derivar Suharrieta. Según eso, los de Pedernales de toda la vida se llaman sukarrietarrak, pero sólo desde final del siglo XX, según el Euskal Hiztegia de Sarasola (pág. 925).
Por supuesto, filología no es ética…, pero a veces no le anda tan lejos.