miércoles, 20 de mayo de 2009

El Teólogo que Vino del Frío




Si Vargas Llosa ha podido tejer su necrológica de la fecunda 'escribidora' Corín Tellado, sin haber leído una página suya, cualquiera debería poder opinar de oídas sobre un simple libro escrito en lengua que desconoce, máxime si no es para vituperarlo.

Se habla mucho del 'monje polaco' y su 'Kama-sutra divino'; del nuevo profeta de la sexología católica, que con licencia eclesiástica predica una 'Teología del orgasmo. Se trata de Ksawery Knotz, capuchino. El aluvión de referencias en la Red al fraile y a su mensaje corre parejas con la penuria de información concreta, en lo que más parece reclamo publicitario de su libro, Seks jakiego nie znacie (El sexo del que no sabes). Sólo «para matrimonios enamorados de Dios». Se trata por lo visto de una nueva y revolucionaria mística del sexo practicado, o mejor dicho, oficiado como función sacramental.

Atribuir valor religioso y místico al ejercicio del sexo en todas sus expresiones, incluso orgásmicas y orgiásticas, no es nada nuevo. En un plano religioso inferior, el hogar romano era santuario del Priapo doméstico, un madero tallado con tosquedad todo él, excepto su elemento funcional, realista y pulimentado por la caricia de generaciones.

Ya en plan0 más elevado, filosófico-místico, muchas religiones mistéricas investigaron esos caminos tan especiales de búsqueda y contacto con lo divino. Los mismos cristianos antiguos, con todo su puritanismo paulino, fueron acusados a menudo de prácticas nefandas en la clandestinidad. Entre los gnósticos (siglos I-III), hubo grupos real o putativamente licenciosos, y esa misma imputación cargó sobre el obispo de Ávila Prisciliano y sus discípulos, ellos y ellas (s. IV). Vendrán luego los alumbrados y 'dejados' (s. XVI), Molinos y los quietistas (s. XVII). También en el lado protestante, los anabaptistas mennonitas (s. XVI) dejaron fama de promiscuos licenciosos.

Pero no debo desviarme del tema: la mística sexual, que no debe mezclarse con laxismo moral o con recetas casuísticas. Lo que Teresa de Jesús sintió y percibió en su transverberación extática (1559), quédese para ella sola. La versión de su experiencia que dejó plasmada en lenguaje paladino (Vida, 5, 29), eso ya es otra cosa. Y no digamos, la recreación romana de Bernini en Santa María de la Victoria (1650), donde la referencia sexual es inevitable, de puro obvia. A todo esto, la misma Teresa comparte con otras mujeres –en especial santa Catalina de Siena, otra mística erótica– un contacto y unión muy particular con Jesucristo, lo que llaman ellas su 'matrimonio espiritual'.

¿Y el otro matrimonio? El de las parejas casadas, quiero decir. Es curioso y paradójico: casi toda esa mística sexual católica ha sido extra-, meta- o para-matrimonial. El matrimonio según san Pablo, visto como sacramento medicinal, para remedio de concupiscentes, y cargado de simbolismo teológico como imagen de la unión de Cristo y la Iglesia, apenas ha desarrollado una teología erótica en consonancia. En lo moral, los cristianos se alinearon con el paganismo estoico frente a los epicúreos. El balance del sexo, según san Agustín (m. 430) es netamente pesimista, consecuencia de su pasado maniqueo.

Esa herencia patrística más sombría gravitará siglos después, en el XII y sobre todo en el XIII, cuando se divulga la confesión secreta, junto con una incipiente 'dirección espiritual' o guía de almas, casi siempre frailuna y bajo presión inquisitorial anticátara. Lo describió muy bien H. Ch. Lea en su Historia de la Confesión Auricular (1896). Tal situación, agravada para Occidente por la disciplina oficial del celibato clerical, no resultó nada proclive a especular con aventuras místicas para casados metidos en la cama.

De ahí la relativa novedad y giro que suponen esos ensayos, como el del padre Knotz –insisto, sea cual fuere su desarrollo–, que partiendo del simbolismo paulino antes citado, sin abandonar las alturas del misticismo, no desdeñan englobar en un todo también el elemento físico, sensual y estético, atribuyéndole valor religioso.

Bautizar a Epicuro: he ahí una opción nada desdeñable para católicos practicantes, si su autoridad religiosa se lo consiente. Y desde luego, opción respetable para el profano como yo, que poca vela tengo en este entierro de una sardina aparentemente trasnochada.

Sólo un par o dos de comentarios, que si fueren necios, al menos lo serán brevemente.

Lo primero, que ese interés y esa orientación suponen un viraje notable respecto al sistema que ha prevalecido hasta hace relativamente poco. Todavía es posible encontrar en puestos de viejo libros de texto para clérigos, escrito ya en castellano u otra lengua vulgar, pero siempre velando en recatado latín la materia de sexto et nono.

Lo segundo, que expresiones como 'teología del orgasmo' me dejan perplejo, sin saber bien si va de cachondeo, o si realmente estamos ante un constructivismo de largo alcance, que permita hablar igualmente de 'teología de la relajación de esfínteres',o 'de la insalivación', de la emisión flatulenta o del estornudo, etc. etc. Pues tal parece que aquella Theologia naturalis de la Ilustración dejó muchos rincones sin iluminar.

En tercer lugar, me pregunto sin morbo, simple curiosidad, si la nueva vía iluminativa y unitiva se abre también para el sadomasoquismo y otras 'perversiones', como antes se decía; o si por el contrario, hay caminos que ni de la mano sabia y comprensiva de un capuchino polaco llevan al Señor.

Lo cuarto y último. Algunos timoratos se han escandalizado, o al menos extrañado de que un religioso célibe se haya erigido en explorador guía de paisajes escabrosos, donde todo se le supone, menos experiencia. No conozco de nada al padre Ksawery (o Javier), pero el mero hecho de atreverse a invadir el jardín de Epicuro en beneficio ajeno, más algunas declaraciones que se le atribuyen, me persuaden de que este fraile no necesita consejos sobre cómo defenderse.

La literatura sobre moral sexual es inmensa, escrita casi toda ella por clérigos célibes. Recordemos al padre jesuita Tomás Sánchez (1600) el de la máxima: «Si quieres saber más que el demonio, consulta a Sánchez De matrimonio»...,
sólo por poner un ejemplo.

En fin, esto trae a la memoria la cantidad de libros escritos en el mundo por maestros teóricos, sin la menor experiencia práctica sobre lo que profesan. De eso se burlaba con muchísima gracia el padre Juan Fernández de Rojas en su Crotalogía (1792).

Otro día hablamos de ello.

4 comentarios:

  1. Belosticalle, a mí también me gustó la peli que comentas en el otro post.

    En cuanto al tema de los curas asesorando en cuestiones de sexo, cuando, en teoría, no deben catarlo, es una graciosa contradicción católica.

    Me acuerdo de un librito que cayó en mis manos, hace mucho tiempo, escrito por un cura argentino, que trataba temas de moral en el matrimonio, y hacía una recomendación taxativa sobre algo a lo que la mujer se debía negar rotundamente, si su marido se lo pedía, pero no daba pistas suficientes para saber a lo que se refería, seguramente para no dar malas ideas, y lo dejaba a la imaginación de las esposas.

    Lo único que estaba claro era que no se trataba de "la postura del misionero", ya que aconsejaba a las mujeres atender los deseos carnales "normales" de sus maridos (parece ser que ellas no tenían tantos "deseos").

    Un saludo, maestro.

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  2. Mi admirado Belosti, hasta en los propios evangelios canónicos podemos rastrear cuestiones para una hermenéutica del gozo más o menos pecaminoso (obviemos, naturalmente, la mística hindú y su derivación tántrica de la que en occidente nos hemos quedado con la parte de Eros, orillando la muy importante de Thanatos). En Juan 5:1-14, sin ir más lejos, Jesús cura a un paralítico que llevada la friolera de treinta y ocho años en esa condición. Luego Jesús se lo encuentra en el Templo, donde se supone que estaba agradeciendo como se debe su nueva condición y recibe este consejo de sus sanador: "Mira, estás curado; no peques más, para que no te suceda algo peor".

    ¿Cómo diantres podía pecar quien no se podía levantar siquiere de su camilla? Naturalmente, con lo que tenía más a mano (expresión coloquial que en este caso viene al pelo), el muy pillín.

    Y en Marcos 3:1-6, Jesús cura a un hombre con "una mano seca", que presumiblemente había pecado de modo parecido al anterior, pero más a lo bestia a juzgar por el resultado anquilosante.

    Esperemos que el reverendo Ksawiertxo Knotz no utilice la teoría orgónica de Reich, esa que estuvo a punto de arruinar la vida sexual de quienes lo leímos hacia los veinte añitos, de modo clandestinísimo, para salir de la anomia en la que estábamos al respecto y nos tragábamos cualquier cosa que superase por rebosamiento a López-Ibor (que ahora sabemos que no era él, sino Lidia Falcón, lo que confirma no pocas sospechas).

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  3. FEROZ, siempre bienvenido.
    Lo de la contradicción, yo diría que es sólo relativa. Cualquier clérigo vocacional, y que sea buen profesional en la misión autoasignada de aconsejar al prójimo, recibe muchas confidencias, y si tiene algún talento puede llegar a ser todo un experto psicólogo.
    Pero, como en el caso del cura argentino, también habrá mucho cantamañanas. Y dado que las personas adeptas a dejarse gobernar suelen andar faltas de criterio, serán la presa fácil de los farsantes.
    Ahí sí que se ve un círculo vicioso.

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  4. Amigo GATITO, cuánto bueno.
    Me ha divertido esa hermenéutica manual (que no de manual), sobre todo en el caso de Marcos evangelista, o de la mano seca.

    Sobre ese particular, conocí el caso de un internado donde cada noche, del 1 de mayo (comienzo del mes de las flores a porfía) hasta el 1 de noviembre, el inspector rondaba el dormitorio musitando a los colegiales: "A ver, esos brazos fuera del embozo… las manos, fuera del embozo…"
    Nunca explicó el porqué, aunque se adivina: mano seca, para evitar la mano seca. Bueno, entonces el horror se llamaba médula seca, con hebefrenia galopante y una consunción progresiva que hacía desaparecer literalmente al infortunado.
    Con decir que a algunos muchachos onanistas ni les enterraban… Un frasquito de formol daba para tres o cuatro.
    Y de allí, al infierno.

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