martes, 31 de marzo de 2009

EL SENTIDO DE LAS PALABRAS


Monseñor Juan María Uriarte ofreció ayer en el Fórum Europa su idea sobre 'el papel de la Iglesia en la pacificación', y esa cortesía suya merece atención cortés y crítica de su público.

No he tenido la oportunidad de asistir a la conferencia, aunque la creo bien reflejada en resúmenes y citas de prensa. La doctrina del obispo de San Sebastián sobre la cuestión vasca es conocida, sobre todo por su libro-testamento episcopal, Palabras para la Paz. Una pedagogía evangélica. Testamento coherente con el proyecto pastoral del propio don Juan María al inicio de su pontificado, nueve años hace: «Promover la pacificación y la reconciliación».

Esa doctrina ha recibido reproches, que el propio obispo deplora. Por lo visto, en casi una década de hablar, no se le ha entendido bien. Mire a ver si sus mensajes en este tiempo han sido no sólo coherentes, sino tal vez equívocos también. Como hacían los juristas antiguos, hay que empezar siempre precisando el sentido de los términos, remitiéndose a un glosario ad hoc: De verborum significatione ('Significado de las palabras').

Dos veces he marcado la palabra pacificación. Digna de meterse en el glosario de la cuestión vasca; junto con otras, como conflicto. Tal vez al obispo le resulten claras; pero si no se le entiende bien cuando las emplea, por algo será.

Pacificar es un verbo de acción, a base de paz + hacer. ¿Unívoco? Pues parece que no. Ante todo, no es lo mismo pacificador que pacífico. Ambos llevan los mismo componentes, pero uno es activo, y el otro no necesariamente ('pací-fico', como 'magní-fico', 'especí-fico'…). El hombre pacífico no se mete con nadie, aunque a lo mejor tampoco interviene para apaciguar, si ve que otros riñen.

La Historia registra a algunos personajes como el Pacificador. El que hace, pone o impone la paz. Cualquier paz: justa, injusta, ominosa, paz de cementerio… Nuestro Pacificador más ilustre fue el general Espartero (el "Príncipe de Vergara"), que no llevó el título a la galería de reyes como Baldomero I, porque –con buen acuerdo, y sin hacer caso a la importunación de su señora– rechazó la corona de España. Otro 'pacificador' del mismo siglo fue el general Pablo Morillo. El epíteto que le aplicaron los realistas se convirtió en sarcasmo, entre los insurrectos bolivarianos, por sus métodos supuestamente expeditivos para pacificar Nueva Granada. Formas menos drásticas de pacificación pueden llamarse, para mayor claridad, apaciguamiento. Hay, pues, muy diferentes modos de pacificar, en casos como el que Uriarte y otros muchos llaman «el conflicto vasco».

He aquí otra palabra conflictiva: conflicto. ¿Clara, para monseñor? Veamos. No es lo mismo el conflicto entre dos litigantes ante la justicia, que el conflicto provocado en la sociedad por un alboroto violento. De entrada, en la cuestión vasca no se trata de un conflicto, sino de varios fenómenos empaquetados juntos bajo esa etiqueta única. O dicho con exactitud, varios conflictos diferentes:

Conflicto tipo 1. Una parte de la ciudadanía del teritorio español aspira a la autodeterminación e independencia más o menos radical respecto a España. Este conflicto es perfectamente normal y tiene sus cauces de planteamiento y solución en Derecho nacional e internacional. Ahí entra el diálogo, los acuerdos, arbitrajes etc., porque se trata de un conflicto pacífico de suyo. Aun así, si se crispa y se agría, bienvenidos los mediadores, pacificadores y hombres buenos, sean o no obispos.

Conflicto tipo 2. Una parte de la misma ciudadanía se mete en alborotos, asonadas, atentados, terrorismo… Es lo que el lenguaje ordinario llama gente conflictiva. Aquí no hay conflicto pacífico, y sí un comportamiento antisocial. Este tipo de conflictos tiene otras vías de solución, partiendo del brazo coercitivos de la autoridad en defensa de la paz en el orden. Bienvenidos de nuevo los predicadores de paz, también los obispos; pero aquí el pacificador nato es el poder público.

¿Qué pasa si personas del conflicto tipo 1 adoptan la estrategia del conflicto 2, y reivindican su causa con violencia? Pues que la causa en sí sigue siendo igual de legítima, pero ellos se han deslegitimado para defenderla. Han cambiado de conflicto, o bien a un conflicto han añadido otro diferente, da igual. Lo que no se sostiene es seguir hablando de un mismo conflicto. Que es lo que hace Uriarte, coincidiendo en ello con los nacionalistas vascos en general, los que pretenden reducir todo el caso vasco a aspectos diferentes de un mismo conflicto entre dos partes.

Es comprensible que la estrategia política nacionalista simplifique así las cosas. No lo es, en el caso de un obispo; y de veras, no creo a monseñor Uriarte tan ingenuo, cuando habla de «comprender el conflicto vasco en toda su extensión», para luego referirse a realidades muy distintas: nacionalismo y terrorismo; también a derechos humanos, o a sufrimiento de personas.

De esa confusión, ingenua o resabiada, nacen absurdos, como pretender que la cuestión vasca se puede resolver en su totalidad por vías exclusivamente pacíficas, y que un instrumento para ello es el «diálogo entre las partes en conflicto». ¿Cuál conflicto, qué partes? Eso, de ser cierto, lo sería sólo para el conflicto vasco de tipo 1, no para el otro conflicto vasco de tipo 2. En éste, la represión es, además de útil, obligada y exigible a todo buen gobierno, mientras que el «diálogo entre partes implicadas» carece de sentido. Dicho sea en términos de convivencia en paz justa; reconociendo a la vez que la política es más sutil y compleja. Pero este último aspecto, supongo, cae fuera de la competencia pastoral de un señor obispo.

Hemos examinado sólo un par de términos –pacificación, conflicto–, y vemos lo que dan de sí. Por ahí podríamos seguir con reconciliación, normalización, pueblo, nuestro etc. En toda esta cuestión vasca, el problema no es el bilingüismo y lo que tienen de intraducible los idiotismos de una lengua a la otra. El problema de las acepciones, sinonimias, ambigüedades y equívocos se da igual dentro del castellano y dentro del vascuence.

Santo Tomás de Aquino dedicó parte de su precioso tiempo a estudiar si todos los ángeles son de la misma especie, o cada uno de especie distinta. Aquella preocupación del Doctor Angélico tal vez no alcance ya a monseñor Uriarte, como teólogo moderno. Pero como pastor de los de toda la vida, no puede ignorar que hay conflictos humanos de distintas especies, y no todos se pacifican igual.

Hay que empezar siempre por definir los términos del debate. Es parte de la solución. A veces, la solución misma.

3 comentarios:

  1. Bueno, Belosticalle, la perversión del lenguaje tanto en el sentido de hacer ambiguos los términos como lo contrario, ceñirse a la literalidad con el fin de omitir significados inconvenientes, es un arma torticera de todo aquél que carece de argumentos.


    Los adolescentes la utilizan con admirable habilidad, pero lo que no es de recibo, como vd apunta, es que la ponga en práctica nada menos que el Obispo de San Sebastián.


    Gracias por una exposición tan clara del ... del ... ¡del conflicto!

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  2. Cristalina, me interesa mucho su observación sobre el lenguaje en la adolescencia. Habría que calar un poco, lo que tiene de ‘adolescente’ residual el lenguaje de muchos clérigos (y ex clérigos, obviamente).

    Es curioso, la palabra logomaquia (guerra verbal, disputa de palabras), tan conocida y usada, me parece que la inventó uno de los autores del Nuevo Testamento, uno que finge ser San Pablo, escribiendo precisamente a un obispo ("Timoteo"), para recomendarle que evite ese vicio a todo trance.
    Tengo aquí los textos:
    1. Una primera vez habla de la logomaquia, literalmente, como una “patología” dialéctica (1 Timoteo, 6: 4). 2. De nuevo lo emplea (esta vez como verbo, si se me permite, ‘logomaquiar’), para declararlo pernicioso (2 Timoteo, 2: 14).

    Naturalmente, esto que le cuento a usted no me he permitido yo recordárselo a todo un obispo. Incluso he procurado evitar que mi diatriba suene a ‘carta abierta’ o algo así.

    Aunque, sinceramente, tampoco creo que a Uriarte le importen mucho mis opiniones. Como a Ibarretxe, el diálogo no se le cae de la boca, pero de dialogantes no tienen nada, son predicadores.

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  3. Monseñor Angélico Arcangélico.

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